Camino de Santiago. Etapa 13 y última

La decimotercera y última etapa partía de Arzúa para llegar a Santiago de Compostela, de 39 km de longitud y un desnivel de 713 metros. Etapa corta para llegar descansando al punto final del Camino.

A las 7:15 sonó el despertador y una hora después nos poníamos en marcha y para no variar empezamos cuesta arriba y seguimos cuesta abajo repitiendo la misma secuencia unas cuantas veces, pero sin llegar al nivel de la jornada anterior. Lo hicimos todo por caminos y había bastantes peregrinos, ríos y ríos de gente, entre ellos muchos colegios donde iban todos juntos y era complicado adelantar. Esos ríos de gente se convirtieron en una tremenda avalancha cuando estábamos entrando en Santiago. Hubo algunos tramos llanos hasta que llegamos a una buena cuesta, la cuesta del aeropuerto. Luego vino su correspondiente bajada y hubo otra buena subida, la del Monte do Gozo, ya a menos de diez kilómetros de Santiago. Allí paramos para hacernos una foto con Santiago al fondo, nos comimos la barrita correspondiente y nos tiramos por una buena cuesta abajo buscando la entrada de la ciudad. Afortunadamente la bajada la hicimos por la carretera que iba paralela al río de peregrinos.

Llegada a la ciudad de Santiago de Compostela

Entramos en la plaza del Obradoiro por la entrada donde se coloca el gaitero junto a un grupo numeroso de gente con camisetas de color fucsia. La plaza estaba absolutamente abarrotada de gente y las campanas sonaban sin cesar, pero quizás ese exceso de gente desvirtuó un poco la experiencia. No tuve una experiencia mística como pensaba que podría haber tenido, fue todo muy mundano, como ir a dar un paseo por la Puerta de Sol todo lleno de turistas. Después de hacernos las fotos de rigor estuvimos vigilando la bici eléctrica de uno que venía desde Lugo haciendo tres etapas y que además querían que le sellaran y no sé cuántas cosas más, lo mismo también quería la Compostelana. ¿Pero tiene algún mérito hacer el Camino con una eléctrica? Esto del Camino es un puro negocio y los que de verdad «hacen» el Camino deben sentirse mal al ver tanta superficialidad y tanto mercadeo. Lo digo por los peregrinos que lo hacen a pie recorriendo setecientos kilómetros o más, porque nosotros, que fuimos en bici, aunque también nos metimos setecientos entre pecho y espalda, también tenemos ventaja.

En la Plaza del Obradoiro, frente a la Catedral de Santiago

Fuimos a la oficina de atención al peregrino, en la rúa Carretas, a sellar las credenciales y había bastante cola por lo que entró mi amiga y yo me quedé echando un ojo a las bicis. Entonces vi a los de Correos, que están perfectamente situados, embalando una bici y pregunté cuánto costaría mandarla a casa y me respondieron que 47 y pico euros. Me llamó mi amiga cuando estaba a punto de entrar, porque aquello iba por números, como en la carnicería, por lo que me puse la mascarilla y entré. Me sellaron la credencial y me dieron la Compostela, un documento en latín donde ponen tu nombre también en ese idioma. Me preguntaron si por 3 € quería un justificante de los kilómetros recorridos y dijimos que no.

Después de este invento fuimos a Correos a enviar las bicis. Lo primero fue pagar. El precio de 47 € y pico va con un seguro de 300 € y si quería asegurar más, tenía que pagar más, obviamente. Al final aseguré la bici de mi amiga por 1000 € y me costó ambas bicis algo de más de 105 €. Pagué y fuimos a otro local donde había que desmontar parte de la bici: rueda delantera, pedal izquierdo y manillar. Luego el tipo de Correos puso papel de burbuja en algunas partes de la bici, como el freno de disco, ató con bridas otras y metió todo en una caja donde pude echar el casco y metimos una alforja con ropa que no íbamos a utilizar en este día y medio que íbamos a estar en Santiago.

Fuimos a la pensión, que casualmente estaba en la misma calle, en la rúa Carretas. El sitio se llama O Patrón y es un restaurante/pensión. Tomaron nuestros datos, solté 47 € y subimos a la habitación. Luego bajamos al restaurante de la pensión y esperamos un poco hasta que hubo una mesa libre. Mientras esperábamos estuvimos hablando con el camarero que nos contó que una vez hizo el Camino desde Sarria (para hacer más de 100 km que te da derecho a la Compostelana) yendo a albergues y acabó con sarna, así que eso que nos hemos ahorrado. Pedimos un menú del día de 11 € y desde mi punto de vista estuvo regular. Pedí lacón a la gallega y me pusieron algo parecido al jamón york. De segundo pedí lomo con huevos fritos con patatas y el lomo era como fiambre, los huevos no estaban fritos como deberían y las patatas no eran las gallegas de días anteriores. De postre pedí arroz con leche y fue lo mejor. Pedí además una botella de agua grande y me soplaron 2,50 € por lo que todo sumó 24,50 €. Me pareció no muy caro, pero calidad mediocre.

Al día siguiente hicimos un tour guiado por el casco antiguo de Santiago y por la tarde volvimos a Madrid en AVE.

Camino de Santiago. Etapa 12

La duodécima etapa partía de Portomarín para llegar a Arzúa recorriendo 52 kilómetros y salvando 1102 metros de desnivel. No parecía una etapa sencilla y desde luego que no lo fue. La etapa de O Cebreiro tiene sobre todo el puerto que es muy duro, pero el resto no tan complicado; sin embargo, esta etapa nos resultó durísima por las constantes subidas y bajadas.

Me despertaron los otros huéspedes antes de que sonara el despertador, ya que daban portazos y cuando entraban en el servicio sonaba el ruido del extractor como si el chisme estuviese dentro de nuestra habitación. Sobre las seis me desperté y ya no pude dormirme, esperando a que sonase el despertador que había puesto a las 7:15. Nos levantamos, desayunamos y nos fuimos sobre las ocho y cuarto.

El Camino baja hasta el puente por el que se atraviesa el río y desde ahí comienza el festival de subidas y bajadas a cada cual más empinada. Puede sonar lo que voy a decir una exageración, pero no lo es: todo el recorrido es subir y bajar, sin excepción, y algunas subidas son muy pronunciadas, de las que hay que poner el pie a tierra. Y en algunas no puse el pie, pero subí a paso de tortuga, con todo metido. Estábamos hartos de pedalear cuando me preguntó mi amiga que cuánto llevábamos y nos quedamos alucinados cuando vimos que sólo habíamos recorrido ¡seis kilómetros! Después de subir y bajar un montón de cuestas llegamos al kilómetro 30 y dijo mi amiga de parar en una terraza para tomar un refresco y una barrita. Nos lo tomamos, fuimos al servicio y nos volvimos a poner en marcha y, por lo tanto, seguimos subiendo y bajando y con mucho calor. Yo pensaba que en Galicia no hacía tanto calor, pero lo hace y mucho, como si estuviésemos en Madrid, no sé si será algo excepcional.

Antes de llegar a nuestro destino pasamos por Melide porque había visto en Google Maps que había un taller de bicicletas, pero cuando llegamos estaba cerrado. Nos dijo un camarero del bar de al lado que llevaba dos años cerrado, pero que había otra tienda un poco más allá. Fuimos a la otra tienda y allí compré un bidón porque el que tenía se nos había olvidado en la pensión Pérez. Estuvieron mirando el cambio de la bici de mi amiga porque hace ruido cuando se engranan piñones grandes y a veces salta la cadena. Pagué 3,50 € por el bidón y 5 € por el arreglo y nos fuimos de Melide saliendo por una rampa de las que quitan el hipo.

Para entrar en Arzúa hay que pasar por debajo de la N-547 y subir otro cuestón, por si no hubiésemos tenido bastante. Al coronar ese repecho puse el Google Maps para llegar a nuestro destino y al poco llegamos al albergue/pensión Del Peregrino donde pagué 50 €, dejamos la bici abajo y nos dio la llave de la habitación 42, ¡situada en la cuarta planta de un edificio sin ascensor! Veníamos bastante cansados del pedaleo y nos tocó subir cuatro pisos. La habitación era de tres cuerpos. Uno primero, al entrar, donde había dos camas, desde allí se accedía a otra habitación donde había un armario y un ventanal y desde allí se accedía al cuarto de baño.

Lavé la ropa y la colgué en un tendedero en la planta baja, en la zona del albergue. Y es que el albergue está en la planta baja y la pensión está en otra puerta y en diversas alturas. Buscamos un restaurante donde comer y en la carretera vimos un restaurante que daban menú del día y entramos. Pedí ensaladilla rusa y ternera y mi amiga pidió ensalada de pasta y pollo y aunque pedí ternera me trajeron costillas, pero me las comí igual. De postre esperábamos que nos ofrecieran queso con membrillo, por aquello de que estábamos en Arzúa, sitio famoso por su queso, pero no lo hicieron, así que pedí café solo con hielo y amiga, piña. Pagamos 26 € por los dos menús. Un precio razonable por un menú correcto.

Por la tarde nos dimos una vuelta por Arzúa, pero este pueblo no tiene gran cosa. Una plaza normalucha, una iglesia bastante vulgar donde iban a empezar la misa y una ermita del siglo XIV que habían restaurado y que ahora ya no se dedica al culto y había una exposición de fotografías.

No nos íbamos a ir de este pueblo sin probar el queso, así que fuimos al bar Manolo donde tomamos dos tercios sin y una ración de queso de Arzúa-Ulloa que estaba riquísimo. Sin lugar a dudas lo mejor del pueblo, el queso.

Ración de queso de Arzúa-Ulloa

Antes de volver al albergue/pensión dimos otra vuelta por el pueblo y lo único que nos llamó la atención fue un bar donde tenían la música a todo volumen. No supimos en aquel momento que íbamos a estar con la dichosa música hasta las doce de la noche. Además en la habitación hacía un calor insoportable, algo fuera de lo normal. Así que entre el calor y la música, no había quien durmiera.

Camino de Santiago. Etapa 11

La undécima etapa salía de O Cebreiro y llegaba a Portomarín, de 73 km y 1037 metros de desnivel, pero como salimos del Alto do Poio, nos ahorramos unos cuantos kilómetros y unos cuantos metros de desnivel que ya hicimos el día anterior.

A las siete nos despertaron voces de gente hablando, no sé si eran los «motoristas» u otras personas que había en el bar. El caso es que nos levantamos y bajamos a desayunar. El camarero nos ofreció cruasanes que acababa de hacer, según dijo. Pedimos un café y un cruasán cada uno y nos cobró el tipo 8 € por los dos desayunos, una auténtica pasada, pero es que a una guiri que pidió lo mismo la cobró 4,5 €, así que encima tenemos que estar agradecidos. Alucinante lo de los precios en este sitio. Antes ya había recogido la ropa, que ya estaba seca, así que cuando subimos de desayunar preparamos las cosas y nos fuimos.

Cuando salimos estaba despejado, pero como la salida era cuesta abajo, pasamos algo de frío. En un determinado momento, en plena bajada, vimos un mar de nubes que tapaba todo, formando un preciosa estampa.

Mar de nubes bajando hacia Triacastela

Estos primeros kilómetros pasaron a toda pastilla, cuando nos quisimos dar cuenta ya llevábamos 20 kilómetros. Pasamos por Triacastela y llegamos a Samos, todo por carretera. Paramos en Samos donde vimos una pequeña ermita del siglo IX junto a un ciprés enorme de 500 años. Ambos están situados junto a un riachuelo, todo muy bonito y muy bucólico. Al lado de esta pequeña ermita está el Monasterio de Samos, un impresionante edificio con una portada muy bonita.

Capilla del Salvador del siglo IX y ciprés centenario

Aún por carretera llegamos a Sarria donde nos tocó subir andando por una cuestaza hasta una iglesia junto a una fortaleza bastante ruinosa y unas letras grandes con el nombre del pueblo. Allí paramos a tomar una barrita. Al poco de salir de Sarria nos metimos por el Camino, que comenzaba con una cuesta imposible de subir donde nos encontramos con los de Burgos que habíamos encontrado llegando a Astorga. Estuvimos los cinco rodando juntos unos kilómetros y luego se quedaron ellos por detrás y nosotros seguimos, alternando asfalto y camino.

Pasamos por el hito kilométrico del 100 y no lo vimos, por lo que nos hicimos la foto en el noventa y nueve y pico. Ya empezaban a verse ríos de “peregrinos”, con mayoría de españoles y españolas y es que ya quedando menos de cien kilómetros aparecen los españoles, mucho más vagos que los extranjeros, que sabiendo que haciendo cien kilómetros ya consiguen las indulgencias, ¿para qué hacer más? Es evidente otro concepto entre los nativos y los foráneos.

Desde Sarria todo es subir y bajar por caminos y carreteras, que a veces es mejor que ir por el camino de tanta gente que va. Llegamos a Portomarín entrando por un puente sobre un embalse del río Miño, que con la sequía deja ver algunas construcciones de lo que antes era el pueblo. Puse el Google Maps para ir a la pensión y en bici nos llevaba por unas escaleras y en coche había que hacer un recorrido del copón. Al final hice un mix de ambas alternativas y nos tocó subir algunas escaleras. Llegamos al restaurante Pérez después de 51 kilómetros donde tomaron mis datos y pagué 50 €. Nos acompañó un camarero hasta la Pensión Pérez ya que no estaba en el mismo sitio que el restaurante.

Comimos en restaurante/pensión Pérez donde pedimos dos ensaladas de pasta, bacalao para mi amiga y chuleta de cerdo para mí. De postre tarta de piña y arroz con leche para mí. Todo muy rico. Costó 12 € cada menú, un precio muy razonable. Al ver que venía un montón de gente estuve buscando en internet el sitio y tenía muy buenas reseñas.

Por la tarde estuvimos dando una vuelta por el pueblo y es un sitio interesante a visitar. Muy recomendable.

Camino de Santiago. Etapa 10

Originalmente la décima etapa comenzaba en Ponferrada y acababa en O Cebreiro, de 53 km y 1.200 metros de desnivel; sin embargo no encontramos alojamiento en O Cebreiro y buscando algo cercano acabamos en el Alto do Poio. Antes de salir ya nos habían hablado del puerto de O Cebreiro y nos recomendaron que subiéramos por la carretera porque el puerto es bastante duro.

Salimos a las 8:30 de Ponferrada y ya subimos alguna cuestecilla para salir de allí. Habíamos leído que era un paseo hasta llegar a Las Herrerías, donde comienza el puerto de O Cebreiro, pero para salir de Cacabelos subimos una más que interesante cuesta y al poco de entrar en Villafranca del Bierzo otra cuestaza que nos llevó a la iglesia de Santiago, donde está la Puerta del Perdón, donde pueden recibir sus indulgencias los peregrinos enfermos que no puedan llegar a Santiago. Todo el recorrido, excepto para llegar a esta puerta, fue por asfalto y desde Villafranca sí es verdad que es más fácil, yendo casi todo el rato en el arcén de la N-VI. Paramos en el kilómetro 37 debajo de un puente de la autovía a comer una barrita y al poco llegamos a Las Herrerías, donde comienza la fiesta, un puerto duro del que nos había dicho el de Aluche que había tres kilómetros al 14% sin descanso, pero es que al empezar, mucho antes de llegar allí ya hay rampas muy duras que me obligaron a meter el plato pequeño y el piñón penúltimo dejando uno por si acaso. Estuvo un rato con nosotros un tipo que subía por diversión ese puertaco describiéndonos el puerto y nos dijo lo de los tres kilómetros y que cogiéramos agua en una fuente, que salía un agua muy rica. Paramos a coger agua y en ese momento nos adelantaron una señora que subía como los ángeles y un señor que iba con la lengua fuera.

Como nos contó el individuo, después de un giro brusco a la derecha empezaba lo más duro, lo cual íbamos subiendo cada uno como podía, yo trataba de no poner pie a tierra por aquello de decir que lo había subido dando pedales y mi amiga, sin ningún problema, en cuanto vio que aquello era muy duro se puso a andar. Yo veía a lo lejos al señor que nos había adelantando en la fuente y vi que iba andando, pero yo dando pedales le recortaba muy poco a poco, lo cual no resultaba raro ya que subía a 5 o 6 km/h. Adelanté también a dos que iban en paralelo, muy despacio. Poco más arriba a la señora que nos había adelantado y que estaba esperando a su compañero y que vi que iba con bici eléctrica, ¡así cualquiera! Algo más arriba, cuando suavizó la pendiente me paré a esperar a mi amiga y ya por rampas más suaves llegamos hasta La Laguna donde paramos a tomar una Coca-Cola y un Aquarius. Pensábamos que estaba todo hecho, pero ya nos advirtió uno de Rivas, que adelantamos en el puerto, que hasta O Cebreiro quedaban algunas cuestas y así fue, aún quedaba alguna rampa dura.

Paramos en O Cebreiro a ver los chozos, la iglesia del siglo IX y el busto del párroco. Este hombre, Elías Valiña, es muy reconocido porque fue al que se le ocurrió marcar con flechas amarillas el Camino.

Chozo típico en O Cebreiro

Seguimos hasta el Alto do Poio que también nos costó porque hay una buena cuesta para llegar, alcanzando 1.335 metros de altura. En el alto, a la izquierda, llegamos al hostal o pensión Santa María do Poio por la que pagamos 40 € por una habitación más vieja que yo, que olía a cerrado que echaba para atrás, pero que al menos pudimos airear. Comimos en el mismo hostal por 28 € (ensalada y san jacobo para mí y caldo de judías y churrasco para mi amiga, todo hecho con un aceite más que reutilizado). También cenamos allí porque hay poca cosa por los alrededores y me pareció bastante cara ya que pagamos 23 € por un par de tortillas francesas y una ensalada. Antes se decía que en Galicia se comía bien y barato, pero en este sitio ni bueno ni barato. Lo único bueno es que tenían cuerdas para colgar la ropa y un garaje para guardar las bicis. Andaban también hospedados unos tipos que iban con bicicletas eléctricas.

Camino de Santiago. Etapa 9

La novena etapa comenzaba en Astorga y terminaba en Ponferrada con una longitud de 55 km y 849 metros de desnivel. Parecía una etapa durilla… Y lo fue.

Empezamos mal porque para desayunar pedimos dos cafés y dos barritas con tomate y aceite y nos soplaron 7 €. ¡Joder! Que en Madrid no te cobran 3,5 € por un desayuno simple como el que pedimos ni en la Plaza Mayor.

A las ocho y media nos pusimos en marcha y aunque miré el track no lo miré bien porque lo cogí al revés y acabamos en la catedral. Después de dar alguna vuelta acabamos saliendo dirección Ponferrada por una carretera cuesta abajo que pronto se tornó cuesta arriba. Íbamos por el Camino molestando a los peregrinos, que eran bastantes, y unos cuantos kilómetros después fuimos los dos por la carretera porque el tráfico de peregrinos era incesante.

La carretera se iba empinando cada vez más aunque había algunos tramos de menor pendiente que hacían el puerto más llevadero y menos mal que el día estaba nublado porque yo iba sudando de lo lindo y si hubiese pegado el sol hubiéramos llegado muertos. Lo malo del puerto no fue la pendiente, sino las moscas, que se pusieron a orbitar alrededor de nuestra cabeza y no había manera de que se fueran, fue muy desagradable. En este puerto me adelantó una furgoneta con remolque, todo lleno de maletas, en una curva, que me pasó rozando, porque justo cuando me estaba adelantando vino un coche de frente. Coche que resultó ser de la Guardia Civil, que le recriminaron la maniobra, pero que no tuvieron valor de darse la vuelta y empapelar al desalmado que conducía la furgoneta. Sólo hubiese faltado que me hubiese ocurrido algo por aquellos peregrinos de pacotilla que en vez de llevar lo necesario en la mochila que llevan sobre los hombros, utilizan este servicio de llevar maletas de un sitio a otro.

Nos costó, sobre todo por las moscas, pero llegamos al alto donde había una cruz muy alta sobre un poste y el poste sobre una pequeña montaña de piedra y en esa montaña de piedra un montón de peregrinos haciéndose fotos. Según parece existe la costumbre de que cada peregrino deje allí una piedra que haya traído de su lugar de origen, pero nosotros no llevábamos ninguna, así que nos conformamos con la foto. Al otro lado de la carretera se encuentra el cartel que indica que estamos en el puerto de Foncebadón a 1504 metros de altitud. Mi amiga es una auténtica campeona.

En el alto de Foncebadón

Allí nos encontramos con uno de los miembros del Club Ciclista Aluche, el que había salido antes, que nos hizo unas fotos. Nos dijo que en la bajada parásemos en Manjarín donde hay unos carteles con ciudades del mundo y su distancia kilométrica desde ese punto. Paramos allí en la bajada y nos encontramos con un tipo con pinta de ermitaño que vivía con varios gatos, una perra y un lobo al que tenía encadenado, pero que soltaba por las noches y luego volvía. Dijo que llevaba allí dos años y que había visto por su cuchitril dos nutrias pequeñas, zorros e incluso un oso (o una osa) con su osezno. Tomé un café que me ofreció y por el que dejé 2 €, nos hicimos unas fotos y nos fuimos, dejando al ermitaño muy entretenido con una canadiense que había parado por allí y que decía que conocía al tipo que estuvo antes que el actual.

El puerto aún no bajaba, sino que tenía alguna cuesta y cuando empezó la cuesta abajo de verdad había que ir con mucho cuidado porque la bici se aceleraba sin querer, yo llegué a ver 64 km/h en el velocimetro. Pasamos por El Acebo de San Miguel, un bonito pueblo de montaña y la bajada acabó en Molinaseca, un sitio que nos dijo el de Aluche que era parada obligatoria. El sitio es realmente bonito e incluso te puedes bañar en unas piscinas naturales, pero no apetecía mucho cuando paramos. Allí nos encontramos con el ciclista que habíamos visto en el palacio episcopal. Nos dijo que iba a Ponferrada y que allí nos veríamos. Estuvimos un rato más haciendo unas fotos y luego nos pusimos en marcha atravesando el impresionante puente de piedras sobre el río Meruelo, que termina en una bonita calle que atraviesa la localidad. Se trata, sin lugar a dudas, de un pueblo que merece la pena visitar. Continuamos por la carretera dirección Ponferrada subiendo alguna que otra cuesta, pero entrando en la ciudad cuesta abajo. Según el GPS hicimos 52 kilómetros en algo más de tres horas.

Llegamos al Hostal Río Selmo, pagué 50 € y como nos dijo que los miércoles era gratis ver los monumentos y los museos nos fuimos sin dilación a visitar los monumentos más notables de Ponferrada. Vimos la iglesia de Nuestra Señora de la Encina y el imponente castillo templario, muy bien conservado, pero antes sellamos las credenciales en la oficina de información turística, situada al lado del castillo. Estando en el castillo nos encontramos con los del Club Ciclista Aluche, a lo que hicimos una foto.

Camino de Santiago. Etapa 8

La octava etapa comenzaba en León y llegaba a Astorga después de 51 kilómetros y 311 metros de desnivel. A priori una etapa fácil.

Nos había comentado una amiga, que había hecho el camino un par de meses antes, que la salida de León es cuesta arriba y no le falta razón, ya que hay una gran cuesta y una salida un poco fea de la ciudad con un montón de coches y un tramo mal señalizado. Prácticamente hasta Hospital de Órbigo todo el recorrido es por un camino pegado a la carretera N-120 que a veces al pasar por un pueblo hay que ir por encima de la acera o cruzar al otro lado si quieres circular correctamente, ambas cosas hicimos.

En Hospital de Órbigo resulta llamativo el puente que salva el río Órbigo, que es realmente largo y antiguo. Luego leí que se trata del Puente del Paso Honroso, una construcción del siglo XIII que se encuentra en estado de conservación óptimo. El puente se encuentra sobre la calzada romana que antiguamente unía León con Astorga y es monumento nacional desde 1939. Parados en uno de los ensanches del puente había tres ciclistas que luego volvimos a encontrar varias veces durante el resto del Camino.

Paramos en el siguiente pueblo, en Villares de Órbigo a tomar un café con tan mala suerte que me senté en un banco y al levantarme noté que un clavo se me había enganchado en el culote y encima en el culote más nuevo que tengo, lo menos malo es que me hizo un agujero muy pequeño. Estando tomando café nos adelantó un tipo en bicicleta que poco después le adelantamos nosotros y que volvimos a vernos unas cuantas veces más.

Al salir del pueblo había dos opciones y por lo visto elegimos la peor y que luego descubrimos no era el Camino original, sino alguien lo «había desviado» para que pasase por otro sitio. Me dejé guiar por las flechas amarillas en vez de por el track y tuvimos que enfrentarnos a tres o cuatro subidas horrorosas por la pendiente, por la gravilla, las piedras y el calor que hacía. Acabamos llegando a una cruz desde donde se veía Astorga y donde nos encontramos con los ciclistas que habíamos visto antes en el puente sobre el Órbigo. Paramos en la cruz y uno del grupo nos hizo una foto a los dos y fue el que nos contó lo de los dos caminos: el original y el desviado.

Poco antes de llegar a Astorga

Después de la foto y charlar un rato nos lanzamos a tumba abierta hacia Astorga por un tramo asfaltado que luego nos llevó a un puente que cruzaba la vía y que era largo, largo porque daba varias vueltas y para que las rampas no tuvieran mucha pendiente, eran largas.

Al poco entramos en la ciudad, puse el Google Maps y llegamos al Hostal Coruña, donde enseñé el carné, soltamos 55 € y dejamos las bicis en un garaje cercano. Aprovechamos que había una lavandería al lado del hostal y lavamos la ropa en la máquina en vez de hacerlo a mano como todos los días anteriores, pero en vez de usar la secadora colgamos la ropa en nuestra cuerda. Desde luego la cuerda y las pinzas fueron de lo más utilizado.

Fuimos a comer al restaurante Casa Maragata II ya que nos habían dicho que se comía fabulosamente y tenían razón, pero no es un sitio precisamente barato, ya que meterse un cocido completo son 26,50 € por cabeza, ninguna broma. De todos modos, nada ni nadie nos impidió que nos metiéramos un cocido maragato en toda regla: carne, garbanzos, sopa, natillas y café. Muy rico todo, especialmente los garbanzos.

Allí nos encontramos con unos tipos del Club Ciclista Aluche con los que estuvimos un rato hablando y nos dijeron que habían salido de Aluche el sábado, así que calculamos que se metían todos los días unos cien kilómetros, unos auténticos máquinas. Cuando vieron a mi amiga, como les habíamos dicho que habíamos salido desde nuestra casa, le preguntaron si había subido la Fuenfría. Pues claro, ¿por qué no?

Al acabar fuimos directamente al palacio episcopal, obra de Gaudí, para verlo por dentro y por ello pagamos 12 € por dos entradas y es que si por fuera llama la atención, por dentro es una pasada. Estuvimos contemplando embobados el interior del palacio siguiendo la audioguía. Muy interesante, también las vidrieras. Allí nos encontramos con el ciclista que habíamos visto por la mañana, que estaba haciendo algunas fotos.

Luego vimos la catedral de Astorga, que nos costó entrar 9 € a los dos y la verdad es que tiene cosas interesantes, pero después de haber visto el día anterior la de León, ésta parece de segunda o tercera categoría.

En esta etapa hay que tener mucho cuidado al salir de Villares de Órbigo para no irse por el camino «desviado». En un momento dado se llega a un cruce donde una flecha indica hacia la derecha y otra hacia la izquierda. Hay que coger la de la izquierda para bajar hacia el camino que iba paralelo a la N-120 y de esta forma ahorrarse dos o tres cuestas realmente asquerosas.

Camino de Santiago. Etapa 7

La etapa séptima partía de Sahagún para llegar a León. Primera etapa por el Camino Francés de 60 kilómetros y un desnivel de 313 metros, sencilla.

Sonó el despertador como todos los días, pero salimos un poco antes, a menos cuarto, justo una hora después de que sonase. Hacía también fresco, como otros días al salir, pero luego aumentó la temperatura, aunque no llegó a hacer mucho calor. Salimos por una carretera atravesando el río Cea hasta llegar al cruce con otra por donde nos metimos por el Camino. Ya iban muchos peregrinos andando y la verdad es que es una lata ir adelantándolos. Una lata para ellos porque las bicis por mucho que tengamos cuidado, molestamos a los que van a pie, ya que por lo general se tienen que retirar de su camino. Por allí adelantamos a una pareja que iban también en bicicleta con alforjas, por lo que pensamos que también serían «bicigrinos». Paralela al Camino transcurría una carretera casi desierta que al poco decidimos coger ya que no iban casi coches y así dejábamos de molestar a los caminantes. Entre que íbamos por carretera y que el viento debía ser favorable, avanzábamos en muchos tramos a 25 km/h deseando «Buen Camino» a todo peregrino andante que nos encontrábamos.

Como habíamos visto que la etapa eran 60 km según la web conalforjas.com pensábamos parar en el 35 o más, así cuando llegamos a Villamoros, en el kilómetro 41, paramos en un bar porque me empeñé en tomar un café mientras nos tomábamos la barrita. En la anterior etapa se acabaron los trozos de pan de higo, por desgracia, también por eso pedí junto al café una magdalena.

Decir que fuimos por carretera hasta Mansilla de las Mulas y desde ahí fuimos por caminos y algunos trozos minúsculos por carretera. Habíamos parado en el 41 y pensábamos que nos quedaban 19 más, pero al poco vimos que ponía que quedaban menos de diez kilómetros. Después de una subida fuerte y cruzar la nacional, ya estaba León a la vista.

Después de haber recorrido 55 km según el GPS (esta vez sí aguantó la batería) llegamos a las doce en punto al hotel, que nos costó encontrar porque donde nos llevó Google Maps era un hotel, pero no había un cartel con el nombre (Hotel Rincón del Conde). Después de subir y bajar la calle donde supuestamente estaba el hotel entré en el que debía ser y efectivamente lo era. Debe ser nuevo por aquello de tener aún el cartel. Nos pidieron los carnés y pagué 49 € que no nos había cobrado Booking al hacer la reserva. Dejamos las bicis en la cafetería ya que nos dijo la recepcionista que luego las llevaba ella a un almacén. Subimos y vimos una habitación muy nueva y todo muy limpio.

El hotel está muy céntrico, muy cerca de la plaza de San Martín, en pleno barrio Húmedo. También está cerca la Plaza Mayor y no muy allá la catedral. Una de las catedrales más bonitas que he visto. Por fuera merece la pena, pero por dentro es una maravilla por su arquitectura gótica y sus increíbles vidrieras. Costó la entrada 7 €, pero no te puedes ir de León sin ver la catedral. Y no sólo la catedral, la ciudad es muy bonita.

En León con un león furioso

Camino de Santiago. Etapa 6

La sexta etapa comenzaba en Medina de Rioseco y acababa en Sahagún, donde se empalma con el Camino Francés. Sesenta kilómetros de etapa y 212 metros de desnivel. Se presentaba como una etapa llana aunque larga.

Sonó el despertador a las 7:45 y como casi siempre a las nueve salimos de Medina de Rioseco por el Canal de Castilla. Poco antes de llegar al canal vimos pasar a una bicicleta con alforjas y supusimos que sería un peregrino del Camino, pero a saber. Ir por el Canal es una auténtica maravilla, lástima que sólo fueron ocho kilómetros a su vera.

A la vera del Canal de Castilla

Luego ya salimos a los campos de Castilla, con un sol de justicia. Fuimos algún tramo por carretera (desde Tamariz de Campos hasta Moral de la Reina y un poco por Santervás de Campos), pero casi todo fue por caminos, algunos con mucha arena y gravilla que provocaban que se avanzase poco. Si al estado del camino añadimos que hacía aire en contra durante gran parte del recorrido y que había muchas subidas y bajadas aunque de poca monta, la etapa se hizo dura, sobre todo los últimos kilómetros desde Arenillas de Valderaduey que aunque íbamos relativamente frescos por ir al lado de un río, ya íbamos cansados y no veíamos el final. Desde Grajal de Campos hasta Sahagún, que quedarían unos cinco kilómetros, el camino estaba lleno de piedras y fue muy desagradable porque además íbamos un poco apajarados ya. Fue en ese tramo donde adelantamos a dos tipos que iban andando y que parecían peregrinos.

Antes de esto pasamos por Cuenca de Campos donde vimos el hito kilométrico de los 400 km, lo que indicaba que ya llevábamos más de 300 km en las piernas. Pasando Cuenca de Campos estuvimos un rato circulando por donde estuvieron las vías del «tren de la burra», que ya habíamos visto por la zona de Medina de Rioseco. Ese tren lo montaron para potenciar la zona, pero iba tan lento que iba como una burra, de ahí su apodo. Como a mitad de etapa pasamos por Villalón de Campos, un pueblo muy bonito con una iglesia muy chula y una plaza mayor muy bonita también con un llamativo rollo jurisdicional y donde deberíamos haber parado, pero seguimos hasta Fontihoyuelo, que no tiene nada de nada y allí nos tomamos la barrita y el trozo de pan de higo. Por no tener, no vimos ni una fuente. Pasamos también por Santervás de Campos, en donde vimos una bonita iglesia que nos hizo entrar en el pueblo, pero no encontramos la toma adecuada para hacer la foto.

Llegamos a Sahagún a las dos de la tarde, después de 67 kilómetros según Google Maps, y fuimos directamente al Hostal Alfonso VI donde pudimos dejar las bicis en un garaje que tenían al lado. En el mismo hotel comimos por 14 € cada uno donde nos sirvieron unos platos muy generosos. Lavamos la ropa en una pila que tenían en el hostal y la colgamos en sus propias cuerdas.

Cuando estábamos comiendo llegó una peregrina con su mochila a la espalda, de la que colgaba una concha y las credenciales. Estuvo hablando con la recepcionista, que también hacía de camarera, y en un momento dado la indicó unas maletas que estaban allí esperando a ser recogidas, entonces nos preguntamos ¿qué llevaría esta mujer en la mochila que llevaba a sus espaldas? Imagino que no mucho porque cuando llevas una mochila pesada lo primero que haces cuando paras en un sitio es quitártela.

Después de la siesta estuvimos visitando el pueblo, que es muy bonito. El albergue de peregrinos está en una iglesia que también es sala de conciertos y oficina de información turística. La sala de conciertos se llamaba Carmelo Gómez, imagino que por el actor del mismo nombre que es natural de esta localidad. Allí nos podían haber sellado las credenciales, pero como en el hotel también lo hacían, pensamos en hacerlo en el hotel a la vuelta. Vimos la iglesia de San Lorenzo, mozárabe, muy bonita, lástima que no estuviera abierta y es que casi todas están cerradas.

Iglesia mozárabe de San Lorenzo

La Plaza Mayor es también muy bonita, toda llena de soportales y con un montón de terrazas bajo esos soportales. Vimos también unos cuantos grafitis con tema del Camino muy bonitos. Resultó curioso un arco que en su época formaba parte de un monasterio que ahora está en ruinas. A su lado se encuentra la iglesia de San Tirso, también mozárabe, muy bonita. Desde allí subimos a la iglesia de la Peregrina, situada junto al Camino por donde habíamos entrado por la mañana. Lo último que visitamos fue el Puente Canto, sobre el río Cea, donde hay un parque muy agradable, todo verde y donde vi un sauce llorón muy grande, enorme.

Ya en la habitación estuvimos reservando para el día siguiente en León y encontramos un sitio muy céntrico llamado el Hotel Rincón del Conde por un precio muy razonable, ya que salió por 49 €.

Decir que Sahagún es donde se junta el Camino de Madrid con el Camino francés, así que a partir de mañana veremos más peregrinos, que de momento los que hemos visto se pueden contar con los dedos de una mano.

Camino de Santiago. Etapa 5

La etapa original salía de Puente Duero y llegaba a Medina de Rioseco, de sólo 49 kilómetros, pero como partíamos de Ciguñuela, la longitud de la etapa era incluso menor, es por ello que decidimos dar un pequeño desvío para visitar el Monasterio de la Santa Espina.

Como todos estos días, sonó el despertador a las 7:45 y sobre las nueve salimos. Nada más salir de Ciguñuela hay un cuestón que te deja las piernas tiritando. Para llegar al próximo pueblo, que es Wamba, hay una gran bajada y para salir, una gran subida. Luego llegamos a Peñaflor de Hornija donde hay una gran bajada y luego para entrar al pueblo no ya una gran subida, sino una subida exagerada, que es tan brutal que hay que subir andando, pero es que cuando subes arriba hay que salvar unos cuantos escalones y para salir del pueblo, hay que bajar otros escalones. Un auténtico horror. Desde luego si no hay que hacer nada en este pueblo lo mejor es esquivarlo como sea porque tampoco es que tenga nada destacable. Al bajar los escalones y poner el track dijo dijo mi amiga que prefería por la carretera a La Espina porque se veía un camino muy empinado. De igual modo, la carretera también era cuesta arriba, pero desde luego se avanzaba más. Llegamos al Monasterio de la Santa Espina un poco antes de las once y la visita guiada era a las once y media, por lo que esperamos algo más de media hora para que comenzase la visita. La chica de la caseta de información nos dijo que podíamos «candar» las bicis justo enfrente, que ella las vigilaba y ya aprovechamos también para dejar las alforjas dentro de la caseta. Yo pensaba que habíamos traído las cadenas para nada y las dimos uso al menos esta vez.

La visita estuvo muy interesante e incluso llegamos a ver la espina, pero lo que más me llamó la atención fueron las dimensiones brutales de la iglesia y me gustó la sacristía y la sala capitular, de lo poco que quedaba de la construcción original del siglo XII. Acabó la visita, pagamos 2 € per testa y salimos a por nuestras bicis, pero antes nos comimos un trozo de pan de higo y una barrita.

Ensimismada observando la Sala Capitular del Monasterio de la Santa Espina

Nos pusimos en marcha por un camino que nos llevaba a Castromonte, un camino muy chulo que rodeaba el embalse del río Bajoz. Era un camino muy estrecho y con raíces, que provocaba que la bici diera muchos botes, mi amiga dijo no encontrarse muy cómoda por allí. No llegamos a entrar en Castromonte ya que el track nos dejaba en la salida del pueblo. El track tiraba por la carretera, pero como el Camino estaba señalizado decidimos ir por ahí. En un principio era muy agradable porque continuaba a la vera del río, pero luego llegamos a una zona con un montón de molinos de viento y sin una sombra y con bastante calor. El Camino daba alguna vuelta más por lo que no me pareció raro que el del track se fuera por la carretera. Después de una buena calorina llegamos a Valverde de Campos por una increíble bajada por la que me lancé como un poseso aunque fuese pista de tierra. Como llevábamos poco agua decidimos llenar los bidones y al aparcar la bici me di cuenta de que ¡había perdido una alforja! Rápidamente quité la otra alforja y volví sobre mis pasos, o más bien mis rodadas, pensando que se habría caído en la cuesta abajo. No vi la puñetera alforja en la cuesta por lo que llamé a mi amiga y le dije que iría hasta el monasterio a buscarla. Según iba deshaciendo el camino rodado, lo más deprisa que podía, iba pensando que seguramente se me habría caído cuando pasamos por el embalse, porque era una zona de una senda estrecha, con raíces y saltarina. Iba a toda pastilla mirando el borde de la carretera pero no veía nada. De Castromonte al monasterio ya fui sin las gafas de sol para ver mejor. Me costó un montón encontrar el puente por el que habíamos cruzado la segunda vez el río (o el embalse) y tuve que poner el track para encontrarlo. Crucé y ya fui con un montón de cuidado buscando la alforja, bajándome incluso de la bici donde pensaba que pudiera estar. Al final la encontré junto al primer puente que habíamos cruzado y creo que alguien encontró la alforja y la dejó muy colocadita. ¡Muchas gracias!

Volví a toda pastilla hacia Castromonte ya más seco que la mojama, por lo que entré en el pueblo para ver si encontraba una fuente y tuve suerte porque encontré rápidamente una. Volví a llamar a mi amiga para tranquilizarla, me refresqué un poco y volví por la carretera todo lo rápido que pude, llegando a Valverde de Campos en un periquete. Allí estaba esperándome. Volví a coger agua, puse la otra alforja y fuimos por la carretera hasta casi llegar a Medina de Rioseco donde Google Maps me metió por un camino. Yendo para allá vimos a tres chicos, que habíamos visto en Valverde descansando, que mi amiga me dijo que iban a Santiago. Creo que fueron los primeros peregrinos que hemos visto en todo el Camino.

Entramos en Medina atravesando el río Sequillo, que curiosamente llevaba agua, y al poco de cruzar vimos que en la estación de autobuses daban un menú del día por 12 €, por lo que paramos allí y aunque no quedaban muchos platos, tuvimos suficiente. Una etapa que en un principio era corta se convirtió en una etapa bastante larga al desviarnos hacia el monasterior y luego tener que volver a buscar la alforja. Según Google Maps hice 73 kilómetros.

Después de comer, en el mismo restaurante, busqué alojamiento en Sahagún, cosa que teníamos que haber hecho el día antes, y encontré el hostal Alfonso VI por 37 € y había otros tantos por precios similares. Me llamó la atención que los precios fueran más bajos que todo lo que había encontrado anteriormente, quizás pensé podía deberse a que Sahagún ya está en el Camino francés y quizás habría más competencia.

Llegamos al hostal Duque de Osuna empujando nuestras bicis, nos dieron la llave de la habitación, subimos por las escaleras las bicis a la habitación, nos duchamos y lavamos la ropa que colgamos en nuestras cuerdas en el cuarto de baño.

A las seis y media salimos del hotel rumbo al cuartel de la Guardia Civil, al lado de la dársena del canal, donde en 2014 acabó la prueba del Gran Premio Canal de Castilla y donde tuve la fortuna de participar. Preguntamos en el cuartel si nos sellaban las credenciales y el guardia nos dijo que no sabía nada de eso, que era nuevo. Preguntó a un compañero y dijo que tampoco sabía nada. Otro sitio que había leído mi amiga que sellaban era en la oficina de turismo, por lo que fuimos hasta allí, pero cuando llegamos ya estaba cerrada. Nos quedaba el albergue de peregrinos, en el convento de Santa Clara, por lo que fuimos hasta allí y allí nos las sellaron. A la vuelta paramos en una de las calles principales del pueblo, creo que la calle Lázaro Alonso, toda con bonitos soportales, para tomarnos una cerveza.

Reponiendo sales

Camino de Santiago. Etapa 4

La etapa original partía de Coca para llegar a Puente Duero, muy cerca de Valladolid, con 50 kilómetros de longitud y sólo 139 metros de longitud; sin embargo el final no fue el previsto.

Sonó el despertador a las 7:45, nos levantamos y desayunamos. A las nueve nos pusimos en marcha, pero en vez de coger el Camino nos fuimos por carretera hasta Villeguillo, ya que nos habían advertido que estaba muy mal para la bici, incluso nos lo dijo una señora que nos paró cuando salíamos del pueblo que nos contó que ella había llevado el albergue hasta hacía muy poco, que lo dejó porque se cayó, lo dijo enseñándonos el bastón y lo dijo con nostalgia, se la notaba en la cara.

Volvimos por la carretera por la que habíamos entrado el día antes sintiendo el fresco de la mañana. Pronto llegamos al cruce y allí fuimos a Villeguillo donde cogimos el Camino que al principio estaba muy bien y avanzábamos a buen ritmo, a unos 20 km/hora y sin esfuerzo. Pero a no mucho tardar el Camino se metió entre pinares y allí empezamos a luchar contra la arena, haciendo grandes esfuerzos para simplemente no caerte. Había algunos tramos que estaban mejor e incluso un tramo por carretera que cruzaba el Eresma y nos dejó en Alcazarén donde había una bonita ermita a la entrada del pueblo. Seguimos por el Camino hasta llegar de nuevo a una carretera por la que volvimos a cruzar al otro margen del Eresma. Pensábamos que ya no había arena, pero nos encontramos con algún tramo antes de llegar a Valdestillas donde nos encontramos con un paisano que iba en bici y que nos contó que era corredor pero que tenía las rodillas destrozadas y por eso montaba en bici ahora. Cruzamos con él, charlando, casi todo el pueblo, que nos dijo que tenía unos tres kilómetros y nos comentó que pasado el pueblo y vuelto a cruzar el río, esta vez el Adaja, se podía ir por la carretera porque el Camino no estaba muy allá. No le hicimos caso y nos fuimos por el Camino y estaba regular, con arena, y en algunos tramos era una estrecha vereda donde las alforjas iban golpeando los yerbajos. Se arregló un poco porque en esa estrecha vereda hubo un tramo que íbamos rodeados de jara y más dentro el pinar, por lo que el olor era muy agradable.

Entramos en Puente Duero por la carretera y pronto vimos el albergue. Entré con la bici, la aparqué y pronto llegó un tipo, que debía ser portugués por el acento, diciendo que el albergue abría a las tres y que ya podía ir sacando la bici de ahí. Además cuando me preguntó de dónde venía y le dije que de Coca, no me dijo que era una mierda de recorrido, pero seguro que lo pensó. Salió una señora diciendo lo mismo, que abrían a las tres y que podíamos comer en el restaurante de la esquina, pero que abrían a la una y media. Como faltaba aún una hora nos comimos el pan de higo y una barrita y decidimos irnos al próximo pueblo y que se quedaran ahí ese par. El próximo pueblo era Simancas, pero no vimos alojamiento adecuado, sólo unos hoteles muy caros. El otro que venía era Ciguñuela y allí sí que había albergue, así que montamos en nuestras bicis y volvimos al Camino maldiciendo a los encargados del albergue de Puente Duero.

Al salir nos metieron por otro pinar con mucha arena, bastante más que los anteriores y eso que pensaba que ya se habían acabado los dichosos pinares, pero no. Luego pillamos un carril bici, luego un cuestón y llegamos a Simancas donde cruzamos un río, el Pisuerga, por un puente muy largo. Después cruzamos por debajo de una autovía y empalmamos con una gran cuesta, una cuesta de narices para abandonar Simancas. Comenzó de nuevo el camino de tierra y después de un rato vimos una torre que se veía detrás de un monte. Imaginé que sería el pueblo al que íbamos y no me equivoqué, llegamos a Ciguñuela tras subir una rampa imponente, pero esta vez habían tenido el detalle de haberlo asfaltado, porque de lo contrario hubiera costado un montón subir. Vi que mi amiga iba muy fuerte porque no se quedó en la subida ni en la de Simancas, que era también dura, y en el llano iba muy bien e incluso pasó los tramos de arena francamente bien.

Después de 67 kilómetros y algo menos de cinco horas, al llegar al pueblo preguntamos a una señora por el albergue y nos dirigió al ayuntamiento donde entramos preguntando si nos sellaban las credenciales y por el albergue. Nos dijo el alguacil que fuésemos al número 24 de esa calle y que allí nos daban la llave y que en el albergue nos sellaban las credenciales. Estuvimos llamando al 24 y no abría nadie por que mi amiga subió al 42, el albergue, por si estuviera allí, pero tampoco. Ella buscó en internet el teléfono y llamó y… respondió el alguacil, con el que habíamos hablado anteriormente, que iba en un rato. No tardó mucho en llegar y nos llevó hasta La casa del maestro que así se llama el albergue, nos dejó la llave y apuntamos en un papel nuestros nombres… ¡Ah! Y pagamos 12 € por la estancia.

Dejamos las bicis en un pequeño patio y cuando llegamos a la habitación, donde había cuatro camas en dos literas, mi amiga se dio cuenta de que no había sábanas y le dio muy, muy mal rollo. Nos duchamos en un servicio muy sucio y nos fuimos a comer al único restaurante del pueblo donde daban de comer y la verdad es que comimos muy bien por un precio muy razonable.

Volvimos al albergue y estuve lavando la ropa en una pila que había en un patio interior donde habíamos dejado también las bicicletas y donde había unas cuerdas para colgar la ropa.

En vista de que no era posible acercarse a Valladolid, ya que el autobús sólo pasaba por la mañana, después de la siesta dimos una vuelta por ese minúsculo pueblo, hicimos unas fotos y comentamos el gran tamaño de la iglesia para un pueblo tan pequeño. Vimos también una curiosa fuente con varias estatuas, una de ellas un niño con un libro, otro niño inflando la rueda de una bici y de una chica con una bici en la mano, realmente curioso.

En esta curiosa fuente de Ciguñuela

Mi consejo es no parar en este albergue y por lo tanto en este pueblo porque el albergue estaba realmente asqueroso. Y si no hay más remedio parar si llevas un saco o algo para no ponerte sobre las sábanas que estaban todas usadas. Nos pareció muy desagradable.