El mejor regalo para un corredor no son unas zapatillas último modelo, tampoco lo son unas mallas «de la muerte» ni tampoco ningún tipo de «aparejo» para correr. Tampoco una MMP en tal o cual carrera. Puede sonar incluso blasfemo, pero tampoco la inscripción en una gran carrera, como pudiera ser la maratón de Nueva York, la meca de todo corredor, es un gran regalo. Para mí, el mejor regalo que un corredor puede tener es poder correr después de recuperarse de una lesión y ese fue el regalo de mi quincuagésimo primer cumpleaños. No me puedo quejar, he sido afortunado, muy afortunado.
Estuve en el fisio el 1 de febrero y volví a repetir una semana después. Me dijo que me veía mucho mejor y que esperara al fin de semana para probarme. El sábado no pude salir a correr y hoy por fin he salido y las sensaciones han sido buenas, muy buenas, ya que no sentí ninguna molestia. Y aunque he corrido lento como una tortuga, la sonrisa que llevaba, según iban avanzando los kilómetros e iba esquivando charcos, era cada vez más grande.
Lleno de barro y plenamente satisfecho acabé seis o seis y pico kilómetros a un ritmo lento, pero suficiente como para sentirme el más dichoso de los corredores.