Ayer participé en la maratón de Madrid una vez más. Creo que la organización ha fallado estrepitosamente en muchos aspectos, pero no quiero empañar un feliz día por esos nimios detalles de los que hablaré en otra entrada.
A lo que íbamos. Un grupo de pradolongueros habíamos quedado a las siete y cuarto con Emilio para acercarnos todos en su coche al lugar de salida. Llegamos unos minutos tarde -perdona Emilio- y ya estaban allí tanto el conductor como Miguel, pero poco después de las siete y media ya estábamos aparcando cerca de Cibeles.
Llegamos, buscamos los servicios y nos acercamos al guardarropa para ver si nos podían adelantar la pegatina que pegar a la bolsa que había que utilizar para dejar la ropa. Nada, no hubo posibilidad, había que esperar a dejar la bolsa para que pusiesen ellos la pegatina en la bolsa y en el dorsal. En esos momentos faltaba más de una hora y no era cuestión de estar en camiseta de hombreras hasta el comienzo de la prueba porque la temperatura era bastante fresca.
Grupo de pradolongueros
A las ocho en punto habíamos quedado con los compañeros de MaraTID en el Palacio de Linares y la verdad es que fuimos puntuales… casi todos. Siempre hay algún rezagado, pero el grueso de la tropa estaba allí. Nos hicimos la foto de equipo, hablamos de la táctica a seguir, nos vestimos de romano y nos dirigimos hacia el guardarropa.
Grupo de maratidianos
Eran las ocho y cuarto y había una cola brutal en el guardarropa. Si el año pasado fue un desastre porque tuvimos que darnos una caminata de dos kilómetros, este año la volvieron a cagar. Así que estuvimos 25 minutos en la cola para dejar la ropa. Un chaval que había venido de Detroit me preguntaba con cara de incredulidad si todos los años era así. A las 8:50 conseguimos dejar la ropa y tratamos de buscar nuestro sitio en el cajón. Nos había correspondido el tercero, pero fue imposible pasar del quinto, así que tuvimos que resignarnos y a salimos desde allí. El numeroso grupo de compañeros que se había apuntado a las 3h50 se quedó reducido a un terceto, ya que fue imposible localizar al resto de personas.
Esto hizo que saliéramos solamente tres. Fue una salida bastante lenta debida a la masificación y la manía de juntar maratón, media y diez mil ¡y eso que se sale ocupando todos los carriles de La Castellana! pero pasado el primer kilómetro ya sólo se ocupa medio paseo y comienzan las apreturas.
Los primeros kilómetros se pasaron tratando de buscar nuestro sitio y nuestro ritmo. Cuando llevábamos ya unos cuantos kilómetros, cerca de diez, la componente femenina del terceto decía que parecía un entrenamiento, tal era la facilidad con la que iba. En esos momentos la parte masculina del grupo iba bien todavía.
En la calle Fuencarral, cuando se separan los caminos de la maratón y la media nos esperaban mi madre y mi hermana que nos dieron muchos ánimos y un par de plátanos para alimentarnos, que luego la carrera se hace muy larga y viene bien llevarse algo a la boca. La organización ofrece un gel en el kilómetro 27,5 pero hasta llegar allí, mejor haberse llevado algo al gaznate.
Poco antes de la media maratón, llegando al Palacio Real, empecé a notar los cuádriceps cargados. Empezó a preocuparme un poco, pero pensaba que yendo a un ritmo más tranquilo de lo que pudiera haber ido, llegaría sin problemas. Optimista que es uno.
Pasamos la media en 1h51, un minutillo menos de lo previsto. Las cosas marchaban más que bien. Además, pocos metros después me encontré al gran Charly, que iba a completar su 70º maratón. Iba como siempre, tan optimista y a su ritmo.
Poco después en el Paseo de Camoens, ya no podía aguantar más y al ver unos urinarios portátiles nos acercamos a aliviarnos la parte masculina del grupo. A nadie se le había ocurrido venir a quitar el precinto de los urinarios, ¿alguien ha visto algo semejante? Así que tuvimos que hacerlo en la parte de atrás.
No fue buena idea parar ahí, porque hay una buena bajada hasta el Puente de los Franceses donde nuestra compañera aprovechó su buen bajar y nos sacó bastante tiempo. Tanta distancia nos había sacado que tuvimos que acelerar de lo lindo para poder alcanzarla. Ahí nos dimos un buen calentón, que mis doloridas piernas lo notaron ¡y de qué manera!
Entramos en la Casa de Campo y el terreno es ascendente hasta el kilómetro 29 donde lo subido hay que bajarlo. Ahí parece que mis compañeros flojearon un poco, pero el grupo no se deshizo del todo. Empecé a preocuparme pensando si los últimos kilómetros se nos iban a hacer largos.
Salimos de la Casa de Campo por esa bonita rampa cercana al metro de Lago y bajamos por la Avda. de Portugal hasta Marqués de Monistrol donde hay una cuestecita que se las trae. Alguien había tenido la brillante idea de poner a toda pastilla el Highway to hell de AC/DC y eso nos dio alas para superar ese escollo. Nada más coronar, en el Puente de Segovia, encontramos a personas muy allegadas que consiguieron emocionar a nuestra compañera de carrera, eso la motivó mucho más, tanto que tuve que decirla que aflojara el ritmo, porque le dio un subidón tremendo.
Cerca del centro comercial de la Ermita del Santo adelantamos a un compañero maratidiano al que vimos muy bien acompañado. Le vi bien, con buena cara y a buen ritmo. Estuve un rato hablando con ellos y de nuevo tuve que acelerar para no perder a mis compañeros. Mis piernas ya iban bastante castigadas y todavía quedaban ocho kilómetros.
Volvimos de nuevo al Puente de Segovia, al otro lado, de nuevo los ánimos familiares nos llevaron en volandas por la cuesta de la calle Segovia. En la siguiente subida, el Paseo Imperial, nos esperaba un compañero que este año no participaba y que hizo con nosotros casi toda la subida dándonos ánimos. El compañero volvió a quedarse unos metros y pensaba que se nos perdía, pero afortunadamente no fue así y pronto volvimos a conformar el terceto. Seguro que lo hizo para no salir en la bonita foto que nos hizo Sebastián Navarrete.
En el kilómetro 36, foto cortesía de Sebastián Navarrete
En Embajadores, sobre el kilómetro 38 yo ya iba fatal, los cuádriceps eran como piedras, el gemelo derecho molestaba de lo lindo y los abductores también se quejaban; sin embargo no podía flaquear tan cerca de meta y a base de sufrimiento sólo perdía unos metros con la avanzadilla del grupo. En esta zona nos encontramos con Pepe y Esteban, dos compañeros pradolongueros que nos animaron lo suyo y además nos «inmortalizaron». Obsérvese en la foto que lo único que me preocupaba era tirar hacia delante, mientras que mi compañera todavía tenía tiempo y ganas de hacer otras cosas.
En el kilómetro 38, foto cortesía de Esteban
En Atocha adelantamos a otro compañero maratidiano que iba algo peor que nosotros, pero no demasiado mal, aunque por desgracia no pudo acoplarse a nuestro ritmo. Poco después, en la cuesta de Alfonso XII, perdí el rebufo de mis acompañantes. Mi compañero lo había estado pasando mal en casi todas las subidas, pero se recuperó milagrosamente porque los últimos kilómetros los hizo de fábula. La recta hasta la Puerta de Alcalá y la subida hasta la entrada de El Retiro me costó muchísimo, veía que los perdía metro a metro y que no iba a ser capaz alcanzarlos.
Pensaba que en el tramo favorable que hay después de entrar en El Retiro podía llegar a su vera, pero no fue así. Me di cuenta de que como no aflojasen me iba a resultar imposible así que tuve que darlos unas cuantas voces para que me esperaran y poder entrar los tres juntos en meta después de tantos kilómetros juntos.
Como buenos compañeros de viaje me esperaron e hicimos esos quinientos metros juntos, llegando a la meta en paralelo, justo cuando cambiaba el reloj de minuto, pasando de 3h55 a 3h56; sin embargo descontando el tiempo que tardamos en pasar la línea de salida, se queda en un tiempo neto de 3:48:55, mejorando en un minuto el objetivo marcado.
Llegando a meta, ¡bailando la jota!
Nuestra compañera de aventuras llegó contentísima y emocionada a la vez ya que no sólo había hecho un gran tiempo, sino que las sensaciones fueron inmejorables, ya que no sufrió en ningún momento la dureza del recorrido y de los kilómetros. Antes de comenzar me había dicho que ni en broma iba a hacer más maratones, pero parece que después de esta experiencia se lo está pensando…
En definitiva, una maratón más ¡ya hacen veintitres! y muy contento por haber podido correr en compañía durante casi cuatro horas. Es la primera vez que empezamos y acabamos sin que el grupo acabe rompiéndose.
¡Que sí, qué son de verdad!
No sé si ésta habrá sido mi última maratón, todo dependerá de la lesión que tengo en la rodilla para que sume una más o esta fiesta se haya acabado para mí.