Hoy ha fallecido don Enrique Sánchez Babio. Descanse en paz. Al final, por mucho que ha luchado, no ha conseguido llegar a la meta. Y es que a veces la línea de meta se va alejando según nos vamos acercando.
No se trataba don Enrique de un corredor famoso, ni mucho menos. No se le veía en los primeros puestos de las clasificaciones de las carreras, pero el 31 de diciembre de 2009 demostró a todo el mundo lo que es un corredor con un par. Con un cáncer devorándole por dentro tuvo arrestos para vestirse de corto y participar en aquella San Silvestre junto a su familia. Eso para mí vale más que hacer dos horas y tres minutos en la maratón.
En estos momentos, cuando una persona como él acaba falleciendo es cuando te das cuenta de que tiene que haber algo más allá. La vida no puede ser tan cruel. No puedes tirarte toda la vida trabajando y cuando te jubilas y empiezas a disfrutar un poco de la vida te detectan un cáncer que acaba llevándote al hoyo. Es demasiado injusto.
Que sepas don Enrique que un grupo de gente que te conocía y te estimaba, no te olvida. Los pradolongueros seguimos contigo allá donde estés.
Es cuando tratas de contar algo importante, cuando te das cuenta de que no te salen las palabras, de que eres un inepto del vocabulario. Así que prefiero copiar un poema de Wystan Hugh Auden, que expresa esta situación mucho mejor que yo.
Parad los relojes
Parad los relojes y desconectad el teléfono,
dadle un hueso jugoso al perro para que no ladre,
haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina,
saca el ataúd y llamad a las plañideras.
Que los aviones den vuelta en señal de luto
y escriban en el cielo el mensaje “Él ha muerto”,
ponedles crespones en el cuello a las palomas callejeras,
que los agentes de tráfico lleven guantes negros de algodón.
Él era mi norte y mi sur, mi este y mi oeste,
mi semana de trabajo y mi descanso dominical,
mi día y mi noche, mi charla y mi música.
Pensé que el amor era eterno: estaba equivocado.
Ya no hacen falta estrellas: quitadlas todas,
guardad la luna y desmontad el sol,
tirad el mar por el desagüe y podad los bosques,
porque ahora ya nada puede tener utilidad.