La duodécima etapa partía de Portomarín para llegar a Arzúa recorriendo 52 kilómetros y salvando 1102 metros de desnivel. No parecía una etapa sencilla y desde luego que no lo fue. La etapa de O Cebreiro tiene sobre todo el puerto que es muy duro, pero el resto no tan complicado; sin embargo, esta etapa nos resultó durísima por las constantes subidas y bajadas.
Me despertaron los otros huéspedes antes de que sonara el despertador, ya que daban portazos y cuando entraban en el servicio sonaba el ruido del extractor como si el chisme estuviese dentro de nuestra habitación. Sobre las seis me desperté y ya no pude dormirme, esperando a que sonase el despertador que había puesto a las 7:15. Nos levantamos, desayunamos y nos fuimos sobre las ocho y cuarto.
El Camino baja hasta el puente por el que se atraviesa el río y desde ahí comienza el festival de subidas y bajadas a cada cual más empinada. Puede sonar lo que voy a decir una exageración, pero no lo es: todo el recorrido es subir y bajar, sin excepción, y algunas subidas son muy pronunciadas, de las que hay que poner el pie a tierra. Y en algunas no puse el pie, pero subí a paso de tortuga, con todo metido. Estábamos hartos de pedalear cuando me preguntó mi amiga que cuánto llevábamos y nos quedamos alucinados cuando vimos que sólo habíamos recorrido ¡seis kilómetros! Después de subir y bajar un montón de cuestas llegamos al kilómetro 30 y dijo mi amiga de parar en una terraza para tomar un refresco y una barrita. Nos lo tomamos, fuimos al servicio y nos volvimos a poner en marcha y, por lo tanto, seguimos subiendo y bajando y con mucho calor. Yo pensaba que en Galicia no hacía tanto calor, pero lo hace y mucho, como si estuviésemos en Madrid, no sé si será algo excepcional.
Antes de llegar a nuestro destino pasamos por Melide porque había visto en Google Maps que había un taller de bicicletas, pero cuando llegamos estaba cerrado. Nos dijo un camarero del bar de al lado que llevaba dos años cerrado, pero que había otra tienda un poco más allá. Fuimos a la otra tienda y allí compré un bidón porque el que tenía se nos había olvidado en la pensión Pérez. Estuvieron mirando el cambio de la bici de mi amiga porque hace ruido cuando se engranan piñones grandes y a veces salta la cadena. Pagué 3,50 € por el bidón y 5 € por el arreglo y nos fuimos de Melide saliendo por una rampa de las que quitan el hipo.
Para entrar en Arzúa hay que pasar por debajo de la N-547 y subir otro cuestón, por si no hubiésemos tenido bastante. Al coronar ese repecho puse el Google Maps para llegar a nuestro destino y al poco llegamos al albergue/pensión Del Peregrino donde pagué 50 €, dejamos la bici abajo y nos dio la llave de la habitación 42, ¡situada en la cuarta planta de un edificio sin ascensor! Veníamos bastante cansados del pedaleo y nos tocó subir cuatro pisos. La habitación era de tres cuerpos. Uno primero, al entrar, donde había dos camas, desde allí se accedía a otra habitación donde había un armario y un ventanal y desde allí se accedía al cuarto de baño.
Lavé la ropa y la colgué en un tendedero en la planta baja, en la zona del albergue. Y es que el albergue está en la planta baja y la pensión está en otra puerta y en diversas alturas. Buscamos un restaurante donde comer y en la carretera vimos un restaurante que daban menú del día y entramos. Pedí ensaladilla rusa y ternera y mi amiga pidió ensalada de pasta y pollo y aunque pedí ternera me trajeron costillas, pero me las comí igual. De postre esperábamos que nos ofrecieran queso con membrillo, por aquello de que estábamos en Arzúa, sitio famoso por su queso, pero no lo hicieron, así que pedí café solo con hielo y amiga, piña. Pagamos 26 € por los dos menús. Un precio razonable por un menú correcto.
Por la tarde nos dimos una vuelta por Arzúa, pero este pueblo no tiene gran cosa. Una plaza normalucha, una iglesia bastante vulgar donde iban a empezar la misa y una ermita del siglo XIV que habían restaurado y que ahora ya no se dedica al culto y había una exposición de fotografías.
No nos íbamos a ir de este pueblo sin probar el queso, así que fuimos al bar Manolo donde tomamos dos tercios sin y una ración de queso de Arzúa-Ulloa que estaba riquísimo. Sin lugar a dudas lo mejor del pueblo, el queso.
Antes de volver al albergue/pensión dimos otra vuelta por el pueblo y lo único que nos llamó la atención fue un bar donde tenían la música a todo volumen. No supimos en aquel momento que íbamos a estar con la dichosa música hasta las doce de la noche. Además en la habitación hacía un calor insoportable, algo fuera de lo normal. Así que entre el calor y la música, no había quien durmiera.