Estuve escuchando el otro día una charla que hablaba sobre las dietas y los posibles motivos que provocan que no funcionen la mayoría de las veces. La ponente es Sandra Aamodt y la charla se puede escuchar aquí, el único problema es que es en inglés, aunque pueden ponerse subtítulos… también en inglés o en algún otro exótico idioma.
Cuento un poco lo que entendí, porque me resultó interesante.
La neurocientífica Sandra Aamodt habla por propia experiencia y se da cuenta que las personas que hacen dieta consiguen perder peso, pero que luego lo habitual es que lo perdido se recupere. Sostiene que es el cerebro el culpable de que las dietas fallen, más concretamente el hipotálamo que es el regulador del peso del cuerpo. Comenta que funciona como un termostato que depende de diversas señales químicas para ajustar el hambre, la actividad y el metabolismo. Su objetivo es tratar de mantener estable el peso del cuerpo.
Si una persona pierde peso, el cerebro actúa como si esa persona tuviese hambre y hace que los músculos quemen menos energía. El Dr. Rudy Leibel dice que si una persona pierde el 10% de su peso, quema entre 250 y 400 calorías menos. Eso es mucha comida. Esto provoca que una persona que ha seguido una dieta tenga que comer menos para mantener el peso que una persona que ya tuviese ese peso «toda la vida».
Por otro lado, una ganancia de peso temporal puede convertirse en permanente si dura unos años ya que el cerebro puede decidir que ese nuevo peso es el normal.
Desde un punto de vista de la evolución, los periodos de hambruna eran más habituales que los periodos de abundancia, por lo que la supervivencia de nuestros ancestros dependía en conservar la energía cuando no hubiese alimento y ganar peso en los periodos que sí los había para prepararse para la siguiente escasez. Es por lo tanto, es más efectivo para perder peso un cambio en el entorno alimenticio que la dieta. Sandra Aamodt dice que hay que comer conscientemente y no pensar en dietas.
En un estudio donde se compara el riesgo de mortalidad en y los hábitos saludables: comer frutas y verduras, hacer ejercicio tres veces a la semana, no fumar y beber con moderación. Se utilizaron tres grupos de gente: gente con peso normal, gente con sobrepeso y gente obesa. El estudio llega a la conclusión, que todo el mundo sabe, de que la gente obesa con hábitos poco saludables son las que tienen más probabilidades de estirar la pata, pero que simplemente cambiando los hábitos a más saludables, la esperanza de vida aumenta y que el peso no es un factor determinante. Lo más importante es tener un estilo de vida saludable. Es evidente -esto es de mi propia cosecha- que si llevas un estilo de vida más saludable el peso bajará sin quererlo.
Las dietas no son muy fiables, casi todo el mundo vuelve a recuperar lo perdido y un 40% gana incluso más. Es decir que a largo plazo, el resultado de una dieta es ganar más peso en vez de perderlo.
Si las dietas son un problema, ¿que se puede hacer? Según Sandra Aamodt sólo una palabra (en inglés mindfulness) o dos en castellano: conciencia plena. Atención y presencia activa y reflexiva. No es que haya que meditar o hacer yoga, sólo conocer las señales del cuerpo para comer cuando se tiene hambre y parar cuando se está lleno. Mucha ganancia de peso es debida a comer sin tener hambre.
¿Cómo hacerlo? Dándote permiso para comer tanto como se quiera y esforzarse en entender qué hace que tu cuerpo se sienta bien. Sentarse a comer sin distracciones. Pensar como se siente tu cuerpo cuando se empieza a comer y cuando se para. Y permitir que tu apetito decida cuando deberías comer. Comenta la ponente que ese aprendizaje le llevó un año, pero que realmente merece la pena. Ahora se siente más relajada respecto a la comida de lo que ha estado en su vida. Ya no recuerda que tiene chocolate en casa. Este enfoque probablemente no te hará perder peso si sigues comiendo sin tener hambre.
Los médicos no saben de cualquier enfoque que provoque una significativa pérdida de peso en un montón de gente y es por eso que se concentran ahora en evitar ganancia de peso en lugar de promover pérdida de peso. Seamos realistas: si las dietas funcionasen, todos estaríamos delgados. ¿Por qué seguimos haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes?
Las dietas pueden parecer inofensivas, pero que en realidad pueden hacer un montón de daño colateral. En el peor caso, arruinan vidas: la obsesión por el peso conduce a trastornos de la alimentación, especialmente en niños pequeños. En EEUU el 80% de las niñas de 10 años de edad dicen que han estado alguna vez a dieta. Nuestras hijas han aprendido a medir su valor utilizando una escala equivocada. Incluso en el mejor caso, la dieta es una pérdida de tiempo y energía. Se necesita fuerza de voluntad que se podría estar usando para ayudar a sus hijos con sus tareas escolares o para terminar ese proyecto de trabajo importante y debido a que la fuerza de voluntad es limitada, cualquier estrategia que se basa en su aplicación constante es casi seguro que eventualmente falle cuando la atención se mueva a otra cosa.
Por último, una última reflexión. ¿Y si dijeron a todas esas chicas que hacen dieta que está bien comer cuando se tiene hambre? ¿Y si les enseñamos a trabajar con su apetito en lugar de temerlo? Creo que la mayoría de ellas serían más felices y saludables y que de adultos, muchas de ellas probablemente serían más delgadas.