Esta tarde se ha celebrado la tan nombrada carrera conocida como La Melonera. Después de un verano de poco entrenamiento y un poco fastidiado por las lesiones, me dispuse a tomar la salida dispuesto a sufrir un poco por las calles de Legazpi y Arganzuela. Hacía bastante calor a esas horas, lo cual era un mal presagio para lo que sucedió después.
Foto de equipo Melonera 1999
Durante toda la carrera, marché a ritmo relajado un poco temeroso por la lesión y atenazado por mi falta de forma (sobre todo). El avituallamiento cerca del km 7 fue un fiasco, la gente de la organización (A. D. Marathon) no daba a basto para llenar vasos de agua. Sí, sí, ¡¡vasos!! Nada de botellas, ni tetra brik, esas son cosas modernas que sólo utilizan en el 99% de las otras carreras. Si el avituallamiento fue malo, la meta fue el mayor caos que he visto nunca. La jugada consistía en encerrar a todos los participantes (5000 según la organización) en un corralillo en forma de L situado entre el edificio de la sede de la Junta Municipal y la tapia que delimitaba la zona. No había posibilidad de volver hacia atrás. Miles de personas clamaban como desesperados, deseando echarse un trago al coleto. Cuando conseguí alcanzar la barra, el miembro de la organización me sirvió un vaso VACÍO diciéndome que no había ningún tipo de refresco, pero que más adelante daban una bolsa con agua. Un poco antes hubo un inicio de tumulto: algunos exaltados tiraron las vallas que había colocado Poca-Cola. Por allí, dentro de la barra, vi colarse hábilmente a algunos corredores.
Pasando la esquina de la L del corralillo, había otra barra donde a cambio del dorsal te entregaban (supuestamente) una bolsa con una camiseta y una botellita de agua. Yo sólo conseguí la camiseta, la cual encesté de un gran tiro de tres puntos en el contenedor de basura más cercano. Había otra barra más, enfrente de la otra, donde me acerqué desesperado buscando agua o algo similar. De nuevo mi búsqueda fue infructuosa. Curiosamente, lo único que podía haber conseguido es la
consabida raja de melón que desprecié por considerar que ya estaba bien de burlas.
Al poco vi una cámara de televisión entrevistando a un atleta, me puse a despotricar sobre la carrera y uno de los entrevistadores se me acercó y me rogó que me callara, consejo que desatendí con mucho gusto.
Algo después vi al grupo de maratidianos donde Antonio el coletas me ofreció su botellita, al que di un par de tragos, increiblemente ¡ya no tenía sed! El único punto positivo que puedo achacar a la organización fue que aunque perdí el número que identificaba mi mochila dejada en el guardarrropa, ésta me fue devuelta al identificar los objetos que había dentro de ella.
Considero humillante el trato sufrido por los corredores después de la meta al negárseles lo más básico después de un ejercicio: el agua. Sobre todo después del calor que hizo el sábado. Al contrario que algunos que consideran la gratuidad como eximente de culpa, yo considero que si algo no puedes hacerlo, no lo hagas. O si lo haces, se me ocurre que al hacer la inscripción se indique claramente en el resguardo y en letras grandes: CADA CORREDOR DEBE DE LLEVAR EL AGUA QUE CONSIDERE OPORTUNO NECESITE DURANTE Y DESPUÉS DE LA CARRERA. En la maratón de las Arenas, que se celebra en el desierto, así son las cosas y nadie protesta por eso.
Otro punto negativo más: el reloj marcaba 30 segundos menos de los que realmente hice, ¿cómo es eso posible?
¡Ah! Se me olvidaba. Mi reloj marcó 59:01 cuando pasé por el arco de meta. La distancia de esta carrera se supone fue de 10,920 km.