Habíamos quedado tres compañeros pradolongueros poco antes de las siete de la mañana para ir hacia la meta de la carrera, sita en el Retiro. Lo hicimos con tiempo para encontrar fácilmente tiempo para aparcar. Y lo encontramos enseguida a esas horas.
Joaquín tenía ganas de tomarse un café así que estuvimos buscando una cafetería, pero a esas horas no había nada abierto. Así que optamos por ir hacia el guardarropa paseando tranquilamente por este bonito parque del Retiro. Nos hicimos un selfie en el Bosque del Recuerdo, monumento construido como homenaje a las 191 víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004.
Con el Bosque del Recuerdo a la espalda
Llegamos a la zona del guardarropa, inspeccionamos el terreno, soltamos lastre y como Joaquín seguía erre que erre fuimos por la zona de Menéndez Pelayo buscando una cafetería abierta. Encontramos una casi abierta, pero nos dijo que esperásemos cinco minutos. Viendo que se nos podía hacer tarde, volvimos a la zona del guardarropa a dejar nuestras pertenencias. En un rato se había llenado esa zona de gente y aunque la entrega de la ropa fue rápida, salir de allí fue toda una odisea porque las colas que se formaban esperando entrar en los servicios eran tan grande que casi llegaban al otro extremo de la calle. El carajal era tremendo. Punto negativo para la organización.
Había quedado con los compañeros de MaraTID en la terraza del Ritz. Fuimos para allá, pero llegamos quince minutos tarde, aún así, tuvieron la gentileza de hacernos una foto, en la que salimos con una pinta curiosa.
Pradolongueros y maratidianos, junto a la terraza del Ritz
Con veinte minutos todavía por delante nos dirigimos hacia el cajón número dos. Entramos tranquilamente y allí estuvimos viendo como los paracas se lanzaban con sus paracaídas. Entre el espectáculo, la charla con unos y con otros, la ingesta de un bollito que me llevé y el rasgar el impermeable de Miguel se nos fue pasando el tiempo rápidamente y cuando nos quisimos dar cuenta ya estaban saliendo los corredores de élite y cinco minutos después, el resto de la tropa. Desde el pistoletazo de salida hasta que atravesamos la línea, pasó poco más de un minuto y nos pusimos en marcha a un ritmo tranquilo, que la preparación había sido nula y los kilómetros que quedaban, muchos.
Hace tres años me diagnosticaron condromalacia rotuliana en la rodilla izquierda. He comprobado que no me impide seguir corriendo si no hago muchos kilómetros, pero que cuando hago tiradas largas me molesta un montón. Así que la semana que más kilómetros he hecho ha sido de 42 km y por lo tanto, la preparación para la maratón dejaba mucho que desear… Siendo generosos.
Con esta perspectiva, la única posibilidad que tenía de acabar entero era hacerla muy tranquilo. Y así fue, salimos a ritmos entre 5:20 y 5:30 con mucha calma, aunque un poco mosqueados por el sol, que brillaba muy luminoso en el cielo. Comentábamos que no era el día más propicio para hacer tantos kilómetros y menos para tratar de hacer un buen tiempo.
Salimos Joaquín, Miguel, Paco (un compañero de MaraTID) y un servidor con la idea de ir todos juntos. Recordando que el año pasado se rompió el grupo en el avituallamiento del kilómetro cinco, acordamos en encontrarnos en un determinado punto si el grupo se rompía. Pero este año no sucedió y cada uno agarró su botellita de agua sin perder de vista a los demás. La cosa no iba mal.
Un kilómetro y pico después de este primer avituallamiento empieza un terreno favorable dirigiéndonos hacia Plaza de Castilla y luego hasta Cuatroca, bajando por Bravo Murillo a un ritmo bastante más rápido que el previsto, pero el terreno descendente nos hacía mover las piernas deprisa, deprisa. En esta bajada nos adelantó la vela que indicaba un tiempo de 1h50 en la media. Ahí debería ir nuestro compañero Emilio, pero únicamente iba su compañera, que iba de lo más feliz por la espantada de Emilio. Ella pensaba que iría por detrás, pero la dijimos que seguro iría por delante, como así era. Estuvimos un rato con ella, pero decidimos bajar un poco el ritmo, que quedaba mucho todavía.
En el kilómetro 10 estaba situado el segundo avituallamiento. Cogimos otra botellita y poco después empezamos a sentir las consecuencias de la ingestión de líquidos y planeamos una parada técnica. Estábamos los cuatro de acuerdo en parar, por lo que entre el doce y el trece paramos a aliviarnos. ¡Qué placer descargar la vejiga!
Poco antes de llegar al kilómetro 14 se separa la media maratón de la entera. Allí nos despedimos deseando a los de la media tanta paz como descanso dejaban… Cosas de Joaquín, que considera un estorbo todo lo que no sea la carrera. Y no le falta razón.
Cruzamos de nuevo La Castellana por el puente de Rubén Darío, bajamos hasta Alonso Martínez y al comenzar a subir Santa Engracia (km 15) nos encontramos con Emilio II que nos animó lo suyo. Había quedado con mi madre, que vive cerca de San Bernardo y Joaquín me preguntó que en qué punto estaba. Le dije que cerca del kilómetro 15 cuando ya lo habíamos pasado. Íbamos tan bien que ni siquiera sabíamos los kilómetros que ya habíamos recorrido.
Subimos hasta José Abascal y comenzamos a bajar por San Bernardo. Mi madre estaba apostada poco después del kilómetro 17 y me esperaba con un bollito de pan de leche con nocilla. La di un par de besos a cambio del bollito y nos despedimos emocionados los dos. Fue un momento muy emotivo y me dio el encuentro más energía extra que el alimento. Lo repartí con Miguel mientras seguíamos bajando por San Bernardo.
Se llega a Gran Vía y desde allí a Callao y luego se enfila por Preciados hasta Sol. Seguíamos a tope de fuerzas, devorando kilómetros sin esfuerzo aparente. Las piernas seguían frescas… A pesar del sol. Ese tramo de Gran Vía, Callao, Sol y la calle Mayor es muy emocionante, ya que hay multitud de gente animando a los corredores sin cesar. Te llevan en volandas sin querer.
Calle Mayor, Bailén, Palacio de Oriente y calle Ferraz. Allí está situada la media maratón y un puesto de plátanos que se agradece enormemente. Todo alimento viene que ni pintado para llenar el depósito. Desgraciadamente, en esa subidita se quedó Paco, que quizás había ido algo más rápido de lo que le hubiese gustado. Una pena que se quedara descolgado.
Después de la media viene un terreno favorable hasta bajar al Puente de los Franceses y luego un terreno más o menos llano hasta Príncipe Pío. Por allí empezamos a ver las primeras víctimas del calor. Gente en la acera haciendo estiramientos debido a los tirones provocados por la pérdida se sales. Ya se empezaba también a ver gente que comenzaba a andar. Ya llevábamos dos horas de carrera y el calor hacía estragos.
Entramos en la Casa de Campo en el kilómetro 26 y los cuatro kilómetros de tránsito por este precioso parque madrileño es de lo más agradable, porque los árboles, abundantísimos, te protegían del sol. El número de corredores andando se incrementaba y los que habían pecado de salir más rápido de lo que debieran empezaban a bajar el ritmo. Empezamos a adelantar gente casi de continuo.
Salimos de la Casa de Campo por la rampa del metro de Lago y la gente estaba algo fría. Tuvimos que animar para que nos animaran. En esos momentos todavía las piernas iban bien, aunque empezaban a notarse los kilómetros. La bajada por la Avda. de Portugal se hace rápida. Viendo que muchos iban ya justos, empecé a animar a grito pelado. No sé si a los demás les servía, pero a mí me autoanimaba y seguíamos adelantando corredores. Empezamos a ver en la distancia el globo de 3h45 que nos había adelantado al principio de la carrera.
En el Puente de Segovia nos estaba esperando una buena amiga que se unió al grupo para animarnos y ayudarnos en lo que pudiera. Quedaban sólo once kilómetros, pero muchos de estos eran los más duros. Pasamos por el estadio Vicente Calderón, enfilamos Virgen del Puerto y llegamos a uno de los puntos más delicados de la carrera: la subida por la Calle Segovia. Esa subida es durísima y si vas bien o medio bien, se trata de ir esquivando corredores que van andando o subiendo muy lentamente. Miguel decía que nos fuéramos, que parecía que el gemelo se le iba a subir. Le comenté que yo llevaba también las piernas muy cansadas. Poco antes de la subida se nos unió al grupo un corredor italiano al que fui animando para que no se soltase de nuestra vera y anduvo muchos kilómetros junto a nosotros, pero al final se descolgó un poco.
Después de esta bonita cuesta se baja un poco por Ronda de Segovia. Allí estaban unos cuantos pradolongueros animando. Eso nos dio fuerza para afrontar otra bonita subida: el Paseo Imperial, que se corona en el punto kilómetrico 35. Una pequeña bajada por Doctor Vallejo-Nájera y ya, ahora sí, empezaba el festival. Y no el de la cerveza, sino el festival de las cuestas arriba.
Las piernas ya iban muy cargadas y la subida por el Paseo de las Acacias se me hizo muy larga. El empalme por Ronda de Atocha acabó de rematar las pocas fuerzas que me quedaban y lo único que nos animaba era ver que íbamos adelantando gente a manadas. Era un continuo esquivar gente. Unos que aflojaban el paso y otros que se cruzaban sin ninguna consideración. En la Glorieta de Atocha se cruzó una persona delante de Miguel. Este le soltó una fresca y oí a unos que estaban entre el público: déjale que se desahogue, que va muy cansado. Me sonó a aquella cita bíblica de Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. Algo de razón no le faltaba al espectador.
En Atocha también recibimos buenos ánimos pradolongueros aunque yo no me enteré. Me había quedado descolgado unos metros de mis compañeros y me resultaba casi imposible alcanzarlos del mogollón de gente que había y del estrecho paso que habían dejado. En este punto ya estábamos en el kilómetro 37 y sólo quedaba una vuelta al parque.
La carrera sigue cuesta arriba, no se vayan a creer, y el tránsito por Paseo del Prado y Paseo de Recoletos se hace muy largo. Son sólo dos kilómetros, pero parece que son veinte. Menos mal que de nuevo Emilio II estaba por allí y nos dio ánimos al tiempo que nos hizo unas fotos. ¡Muchas gracias Emilio!
El trío inseparable pasándolas canutas en el Paseo del Prado
Con la amiga que nos acompañó y ayudó los últimos kilómetros
Excepto Joaquín, íbamos los dos ya con las piernas muy, muy cansadas. Yo las notaba como losas y Miguel seguía diciendo que se le iba a subir el gemelo. Se llega a Colón, se gira por Goya y comienza la última subida de la jornada por la calle Velázquez hasta Ortega y Gasset. Esa subida es tremenda, las fuerzas ya son nulas y lo único que te hace seguir es pensar que la cima de la subida está en el kilómetro 40 y que, por lo tanto, la carrera está casi acabada. Además el terreno es favorable hasta meta.
El año pasado iba con Miguel volando por esta zona de Ortega y Gasset y Príncipe de Vergara; sin embargo, este año conocimos la cruz de la moneda. Bajando por Príncipe de Vergara, poco antes del kilómetro 41, Miguel sufrió un tirón, pero no en el gemelo como llevaba diciendo desde tiempo atrás, sino en el isquio que se le puso duro como una piedra. Tuvo que pararse porque le resultaba imposible continuar. La amiga que nos acompañaba le hizo un masaje en la zona y parece que mejoró porque al rato comenzó de nuevo a correr. Joaquín y yo le estuvimos esperando y cuando llegó a nuestro lado conformamos de nuevo el trío que desde el comienzo de la carrera había permanecido junto. En ese rato, que sería poco más de un minuto, nos adelantó el globo de las 3h45 que nos había pisado los talones desde que lo adelantamos tres o cuatro kilómetros antes.
Viendo que podía seguir corriendo con más o menos molestias, nos presentamos en la puerta del Retiro. Ya estábamos en ese último kilómetro de gloria y fuimos disfrutando de ese emocionante tránsito por el parque. Fue un momento maravilloso sentir todos juntos esa enorme emoción durante esos últimos metros después de haber disfrutado y sufrido durante 42 kilómetros esta carrera tan particular que es la maratón. Iba mirando a mis compañeros de carrera y a esa buena amiga que nos había acompañado los últimos kilómetros y las lágrimas se me venían a los ojos. Me costaba contener la emoción.
Cruzamos la meta los cuatro agarrados de la mano cuando el reloj marcaba 3h45 y pico, aunque el tiempo era lo de menos. El placer de correr durante ese tiempo acompañado de Joaquín y Miguel es lo verdaderamente importante. No lo cambiaría ni por hacer mi mejor marca.
Tan contentos ya con nuestras medallas
Cuando escribo estas línea me noto muy cansado, con mucho sueño, pero no tengo las piernas demasiado mal. Subo y bajo escaleras sin problemas y sólo noto ligeras agujetas. Así que no me puedo quejar.
Siento que Paco no pudiera seguir nuestro ritmo, pero quizás lo mejor para él fue continuar el ritmo que mejor le iba. Lo siento Paco.