Hoy he participado por primera vez en la maratón de Valencia. Este ha hecho el número veintidós en mi lista y sexto fuera de Madrid.
Después del fiasco de Nueva York y en plena crisis de identidad corredora, decidí apuntarme a esta maratón para quitarme la espina. Sabía que no llegaba en buenas condiciones después de tantas semanas de «deskilometraje», pero había que intentarlo.
Salimos con unos compañeros maratidianos el sábado por la mañana y a eso de la una de la tarde estábamos retirando el dorsal. Allí pudimos saludar al quinto maratidiano en discordia, valenciano él, que se había acercado desde Barcelona. Nos hicimos una foto después de recoger el dorsal por si acaso…
Cinco valientes maratidianos
Carlos decidió comer en casita, pero nosotros habíamos pensado comer allí. Buscando la comida de la pasta arroz nos encontramos con Miguel, compañero habitual de Pradolongo.
Las previsiones del tiempo eran horrorosas, prácticamente sábado y domingo lloviendo, pero estuvimos por la tarde haciendo turismo por Valencia y no cayó ni una gota; sin embargo, durante la cena empezó el festival de lluvia y gran aparato de rayos y truenos. Caía tal cantidad de agua que se nos ocurrió pedir la dueño del restaurante unas bolsas de basura «king size» para mojarnos lo menos posible en la línea de salida.
No me enteré de nada, pero según cuentan, durante toda la noche no paró de llover, pero cuando me desperté a eso de las cinco no caía ni una gota y la temperatura era agradable. Desayunamos con tranquilidad y salimos con prontitud para tratar de aparcar el coche no muy lejos de la salida/llegada. Y lo conseguimos. El guardarropa funcionaba a la perfección y dejamos los trastos en cuestión de segundos. Estuvimos esperando al compañero, pero se retrasó y no pudo salir en la foto. Una verdadera lástima. Aunque sí vimos a Miguel, por lo que éste sí apareció en la foto, como bien puede verse.
Antes de tomar la salida
La salida estaba organizada por cajones y creo que salvo raras excepciones, cada uno se colocó en su cajón. Durante la espera, viendo que no venía la lluvia, ni que la temperatura era baja, nos deshicimos de nuestras bolsas de basura. Ocurrieron dos graciosas anécdotas dignas de constatar. La primera fue que Miguel se equivocó al hacer la inscripción y puso que había nacido en 1924 y aunque lo corrigió el día anterior al recoger el dorsal, alguien no debió enterarse y dijeron por megafonía que hoy corría un individuo de 88 años. La segunda anécdota fue originada por la afición desmedida de los valencianos a los petardos. Segundos antes del disparo oficial, pusieron una traca y los primeros del pelotón salieron como almas que lleva el diablo. Tuvieron que detener la carrera y hacer que el pelotón de 9000 personas caminara hacia atrás para dejar sitio a los escapados. La salida fue nula. Ignoro si ha habido muchas salidas nulas en una maratón, pero resulta raro.
Debido al incidente, después de retrasarnos un poco, estuvimos bastantes minutos esperando hasta que se dio la salida oficial. Sonó el pistoletazo y nos lanzamos por las calles valencianas con el ánimo intacto, soñando en nuestro fuero interno con la gloria en nos esperaba junto al Hemisfèric.
Se hace difícil coger el ritmo, ya que el pelotón era grande, las calles no son muy anchas y los charcos que había estrechaban en algunas zonas aún más, por lo que había que zigzaguear si quería mantenerse el ritmo. Tanto Chema, como Miguel como yo, nos íbamos mirando de reojo para no perder los unos la estela de los otros.
La idea era mantener un ritmo sostenido aproximado de 4:30, segundo arriba, segundo abajo. A Chema le parecía muy rápido, pero iba con mucha soltura. A Miguel se le veía francamente bien, por lo que no nos extrañó que en el km 7 decidiera irse. Al poco le vimos un poco por delante del pelotón de las 3h15. Y así nos mantuvimos un montón de kilómetro: el por delante del cartel de 3h15 y nosotros por detrás, sin acercarnos demasiado al pelotón y sin agobiarnos, ya que llevaban un ritmo un tanto irregular.
En el kilómetro 20 daban un gel. En la maratón de Madrid lo cogí y me fue bastante bien, así que aquí hice lo mismo, un poco agobiado porque parecía que se acababan, pero al final conseguí dos, uno de los cuales se lo pasé a otro corredor que se había quedado sin ninguno. El imprescindible tener agua para beber después de meterse el gel en la boca, porque en caso contrario se forma una pasta imposible de tragar.
El paso por la media maratón lo hicimos en menos de 1h37 según nuestro reloj. Echamos de menos un relojito con el tiempo de carrera, pero es lo que había. Esta es la más desapacible con diferencia de toda la carreras. Se trata de un largo bulevar que hay que hacerlo de ida y vuelta. Allí volvimos a ver a Miguel que nos sacaba ahora sí una distancia interesante. La única distracción que había por allí era unos altavoces que escupían a todo volumen la música de la película Carros de Fuego. Además el tráfico estaba abierto por esa zona y era todavía más desagradable. Podrían pensar en suprimir este tramo. A mí, desde luego, no me gustó nada. Para colmo, en la subida del bulevar empecé a notar que las piernas no iban muy finas.
Junto a Chema, por las calles de Valencia
La temperatura en la salida y en estos primeros kilómetros era muy buena, rondando los 17º, pero las nubes se iban abriendo, el sol iba apretando y la temperatura subía según pasaban los kilómetros. Eso iba a ser un hándicap añadido.
Sobre el 26 y 27 hay un par de túneles subterráneos bastante largos. Es prácticamente la única cuesta de todo el recorrido. Para animar esa parte, la organización puso un montón de altavoces con una música ratonera que Chema identificó como la canción de Safri Duo Bongo Song. A Chema esa música le puso las pilas, pero a mí no me gustó nada. Espoleado por este ritmo de tambores, bajando el túnel, aprovechó su gran zancada y se me fue yendo, pero tampoco me preocupé porque aunque notaba las piernas cansadas todavía me veía con fuerzas.
Poco después de salir de los túneles pude volver a ponerme a la altura de Chema y algo después llegamos al km 30 donde la organización nos obsequió con otro gel. De nuevo eché mano a la comida como si del bálsamo de Fierabrás se tratase, pero lo que necesitaba era otras piernas, no un engrudo azucarado.
En el km 33 nos estaba esperando una amiga con plátanos por si hacía falta más energía. Andaba un poco despistado porque el GPS se había vuelto un poco loco al pasar por los túneles y pensé que el kilómetro 33 era el 34, así que cuando llegué al 35 me llevé una terrible desilusión. Fue en ese kilómetro 33 cuando me vine abajo. Chema siguió a su ritmo y yo aflojé. Las piernas estaban cansadas y el estómago me dolía. Llegó el temible muro y no fui capaz de sortearlo.
A partir de entonces, los kilómetros que engullía a ritmos cercanos a 4:30 se fueron alargando y alargando cada vez más, llegando a realizar algunos a más de 6:00 y viendo como me adelantaban manadas y manadas de corredores. Sólo aquellos que se ponían a andar podía adelantarlos.
Mi amiga me acompañó en estos últimos kilómetros y me animó lo suyo, pero cuando no se tienen piernas, no se puede hacer más, sólo sufrir y sufrir y tratar de llegar a la meta con la dignidad intacta como diría el bueno de Juan Ignacio. Gracias a que ella me acompañó, porque en caso contrario me hubiese derrumbado por completo.
En este tramo final, la carrera transcurre por el barrio de El Cabañal, algo desértico de gente y con el sol apretando ya con ganas. No sé la temperatura, pero estoy convencido de que los termómetros sobrepasaban los 20º y eso mezclado con la humedad y el cansancio, forman un cóctel terrible para el corredor. Por esta zona había algunos grupos aporreando tambores y curiosamente al contrario que en los túneles, esta vez la percusión me animó. Me pareció muy simpático el grupo de personas disfrazadas de vaca. Choqué sus manos para tratar de salir un poco de la rutina de poner un pie delante del otro.
Cuando faltan tres kilometrillos ya se ve el Hemisfèric y uno se anima pensando en el final, aunque haya que dar un ligero rodeo. Parecía que las molestias en el estómago remitían y eso me animó aún más. Llegando al kilómetro cuarenta la tendencia de ir cada vez más lento se invirtió y pude acelerar un poco, aprovechando además que el terreno es más favorable.
Al entrar en la zona de la Ciudad de las artes y las ciencias, ya en el último kilómetro, el suelo está adoquinado y resulta un poco incómodo, pero eso ya no importa, estamos en el kilómetro de gloria y ya nada podía detenerme. Por desgracia, a mi acompañante la echaron del circuito y me quedé solo poco antes de llegar a la plataforma que montan sobre el agua donde está situada la línea de salida.
Para no llegar mareado como hace dos años en Mapoma me tomé la llegada con relax, disfrutando de esos últimos metros mirando a un lado y a otro y paladeando el dulce sabor que produce la llegada a la meta de una maratón. El reloj de meta marcaba 3:25:20 que teniendo en cuenta el tiempo que tardé en pasar la línea de salida, se convierte en 3:24:19 que es mi cuarta mejor marca en la distancia. Tengo que estar contento, no siempre se puede realizar una mejor marca personal.
Llegando a meta, ¡por fin!
Una vez cruzada la meta nos dieron agua, Powerade, una bolsa de mandarinas y una bolsa donde había una palmera de chocolate, un pastel de manzana y unos palitos de pan y chocolate. Recogí la bolsa de la ropa en menos de un segundo y me fui hacia el punto de encuentro donde habíamos quedado los maratidianos. Allí me cambié de ropa y zapatillas, hice unos estiramientos y estuve disfrutando del sol mientras daba cuenta de los líquidos que nos habían dado y de las mandarinas, que estaban buenísimas.
Estuvimos en el punto de encuentro hasta que llegamos todos. Chema pasó por la mano de los fisios y vino como nuevo, feliz como una perdiz con su MMP de 3h17 ¡me sacó siete minutos en nueve kilómetros! El siguiente en aparecer fue Carlos que hizo algo más de tres horas y media, pero muchos kilómetros empujando el carrito de su niño. Después llegó Isidoro también muy contento con su MMP de 3h50 y aunque tuvimos que esperarle un poco, fue Fran el que sin duda más contento y satisfecho estaba, ya que había conseguido terminar su primera maratón. Sin duda ninguna finalizar la primera maratón supone una satisfacción y una emoción difícil de igualar. Mi compañero pradolonguero también pinchó un poco y llegó a la meta con un tiempo neto de 3:21:59. Eso sí, llegó el primero de su categoría de veteranos H. Parece que todavía no habían solucionado la equivocación.
Tras reunirnos todos nos fuimos a encargar un paella y mientras la hacían metimos las piernas en el mar. El agua fría del mar viene de maravilla para recuperar las piernas. Absolutamente recomendable.
¡Qué fría estaba el agua!
Creo que es una carrera absolutamente recomendable. Organización muy buena, animación excelente y trazado llano. Poco más se puede pedir. Bueno, que no permitan circular los coches junto a los corredores.
(Gracias a Chema porque he fusilado partes de su relato)