XVIII Carrera popular de Portillo

Por tercera vez consecutiva he participado en esta bonita y generosa carrera portillana. La marca Joma, «natural» de esta localidad se vuelca con la carrera y la bolsa del corredor es muy generosa. Joma aporta una camiseta técnica, una sudadera técnica, unos calcetines y nos tickets descuento. Además se puede encontrar en la bolsa unas toallitas de Indas, que tiene la fábrica muy cerca de Portillo, un bolígrafo, caramelos, una bolsa de patata, una barrita energética, un plátano, una manzana y un par de tickets para un par de cervezas. Difícil encontrar algo mejor por un precio de la inscripción de 10,40 €.

Se trata de una carrera de 6,6 km para los adultos y de distancias variopintas para todas las categorías de niños. No sé si debido a la bolsa, el caso es que había unos 1100 participantes adultos y unos 400 niños. Todo un récord en una población cercana a las dos mil personas. Una barbaridad.

Son dos vueltas más o menos iguales en un circuito muy revirado y bastante ondulado. Las cuestas no son muy pronunciadas, pero sobre todo la primera, se deja notar en las piernas porque es la más larga.

En el cartel de la carrera ponía que la carrera comenzaba a las diez de la mañana, por lo que a eso de las 8:15 salía de mi casa con la intención de estar allí una hora antes. Llegamos sobre las nueve y fuimos a retirar el dorsal. Nos extrañó ver que había aún muchas bolsas por repartir, la gente se lo tomaba con calma.

Tranquilamente volvimos al coche, nos quitamos la ropa, nos colocamos el dorsal y cuando faltaban veinte minutos salimos a calentar. Enseguida nos encontramos con un tipo que nos dijo que nos abrigáramos, que nos íbamos a quedar fríos. Nos quedamos a cuadros cuando nos indicó que la carrera de los mayores empezaba a las doce de la mañana, ¡¡¡quedaba aún más de dos horas para el comienzo!!! Y encima nos habíamos pegado un madrugón de aúpa para nada. Hay que leerse bien el reglamento.

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Camino a Portillo de Toledo, con cara de sueño por el madrugón innecesario

Nos fuimos al coche para pasar el rato y luego hicimos una vuelta al circuito para recordar como era. Yo me acordaba más o menos, pero mi amiga decía que la mayor parte del circuito ni le sonaba. Estuvimos viendo como corrían los más pequeños y hablando con José Luis, que también se había acercado y también le había pasado lo mismo que a nosotros con la hora. Y no éramos los únicos.

Esta vez sí era la buena. Aquello era un hormiguero de gente. Mil personas en un pueblo tan pequeño se nota mucho y la zona de salida estaba a tope de gente calentando. Calenté un poco e hice algún estiramiento porque estaba algo temeroso ya que en los entrenamientos de la semana había notado el gemelo izquierdo algo cargado.

Como suele ocurrir en esta carrera, se dio la salida tarde, en concreto cinco minutos más tarde. Estábamos cerca del arco de salida, pero había un ejército de gente por delante del arco. Todos ellos deberían ser descalificados por hacer salir antes de la línea de salida.

Salí con José Luis y me costó seguir su ritmo en los primeros kilómetros. Poco antes de la primera vuelta le adelanté y le animé. Se pasa cerca del arco de llegada cuando se llevan recorridos unos 3,3 km y vi que el reloj marcaba unos trece minutos y bastante. Eso me animó porque el objetivo de bajar de veintiocho minutos parecía factible.

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Corriendo hacia la meta. Foto cortesía de Rubén Rodríguez

La cuesta larga en la segunda vuelta se hace bastante dura, pero luego el circuito es más llevadero. Alguno me adelantó en esa segunda vuelta y a algunos los adelanté yo, por lo que me mantuve más o menos el puesto. En la recta de llegada que es favorable aceleré lo que pude y llegué a meta con un tiempo oficial de 27:42 muy contento con el resultado y sobre todo con las sensaciones, que fueron muy buenas, todo lo contrario que la semana anterior.

Después de la carrera fuimos al coche a cambiarnos y coger los tickets para tomarnos una cerveza. Allí nos encontramos con dos conocidos del Club de Atletismo Leganés que nos contaron que de su club habían venido ¡treinta corredores! Todo un récord.

Si no hay ningún problema, el año que viene repetiré.

I Carrera ProFuturo

Hoy he participado en la séptima edición de la carrera Proniño primera edición de la carrera Profuturo, que es como se llama ahora, aunque todo los demás es igual. Sigue siendo y esto es lo más importante una carrera para recaudar fondos para que los niños puedan acceder a una educación que les permita tener un futuro mejor.

Si hace cinco años, en la segunda edición, nos juntábamos casi veinte compañeros para correr esta prueba, hoy sólo hemos participado tres y encima no hemos estado los tres juntos a la hora establecida. Así que me he hecho una foto con un compañero y otra, con el otro.

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Llegué cerca de las ocho, una hora antes de comenzar la carrera y me asombró encontrarme la línea de salida/meta casi vacía, se podían los corredores con los dedos de una mano. Estuve dando un paseo para que pasara el tiempo y poco antes de las 8:30 estaba junto al metro de Ronda de la Comunicación donde había quedado con los compañeros. Chema llegó a tiempo y después llegó Paco. Sobre menos cuarto pasé por el guardarropa y estaba vacío. También me sorprendió. Se nota que este año había menos gente que los pasados, no sé si debido al cambio de fecha de última hora. Desde luego, por la parte que conozco, una amiga con la que suelo ir a muchas carreras no pudo venir por ese cambio de fecha. Y un compañero, tampoco pudo.

Había hecho en Torrijos un tiempo de 42:51 y la idea era tratar de mejorarlo. A favor tenía que la temperatura era más agradable para correr y que había entrenado algún día más desde aquella carrera. En contra que el circuito es más duro y que tenía que correr con el teléfono encima por motivos laborales. Ese cambio de fecha no me vino nada bien.

Hablé con Chema para ver si íbamos juntos, pero me dijo que 42 no hacía ni de broma. Aún así salimos juntos junto a los portadores de las banderolas de los 45 minutos. Salí a buen ritmo y los tipos de las banderolas iban a mi par. Yo alucinaba un poco porque supuestamente estos tíos deberían ir a 4:30 y pasamos los dos primeros kilómetros al mismo tiempo y bastante deprisa. Ellos decían que era para tener un colchón para los últimos kilómetros, que son más duros que estos dos primeros.

Llevaba una especie de riñonera para el móvil y se me iba cayendo. La apretaba sobre la marcha y se seguía cayendo. La volvía a apretar y lo mismo. Me iba desquiciando poco a poco. Sobre el kilómetro cinco ya iba a la altura del culo y decidí quitármela y correr con el teléfono y la riñonera en la mano, cosa bastante incómoda.

Poco después note que se me desabrochó la zapatilla derecha. Estuve un buen tramo corriendo con la zapatilla desabrochada, pero al final paré porque iba muy incómodo. Ahí perdí unos veinte segundos y el ritmo… y la concentración. Pero lo peor es que no me abroché bien la zapatilla y esos cuatro últimos kilómetros se me iba saliendo el pie a cada zancada, pero no tenía ganas de volver a parar.

Iba yo despotricando contra el mundo cuando en el kilómetro ocho me adelantó una chica con un correr tan bonito que me llevó a pensar que debía haber carreras para l@s que saben correr y para los que no. Yo por supuesto participaría en esta segunda categoría.

Poco después, en la cuesta abajo del Paseo Tierra de Melide me pasó Chema, ese que no iba a hacer 42 minutos ni de broma. Chema es un tipo alto, con unas piernas largas que baja como un poseso. Aunque me invitó a seguirle, sabía que en la cuesta abajo no tenía ninguna posibilidad de ponerme a su «rueda». Así fue, en ese terreno favorable me sacó cincuenta metros sin querer.

Apreté lo que pude en el último kilómetro y medio y cuando llegué a recta de llegado me parecía que el reloj de meta marcaba 42 y algo, por lo que apreté un poco, pero cuando conseguí enfocar el reloj vi que no eran 42 sino 43, así que ya me dejé llevar. De esta forma llegué a meta con un tiempo oficial neto de 43:30. Un tiempo realmente malo, pero lo peor fue que las sensaciones fueron horrorosas.

Tras pasar la línea de meta fui corriendo al guardarropa y desde allí al coche, que tenía que ir a Vicálvaro lo más pronto posible. No me dio tiempo a departir con los amigos.

Una carrera para olvidar.

IX Carrera popular villa de Torrijos

Novena edición de la carrera y octava vez que participo. Me sigue pareciendo una excelente carrera aunque tengo que reconocer que algo ha perdido, ya no le daría un diez como otras veces, aunque no baja del nueve todavía. De hecho, aunque la carrera se celebra a 75 km de mi casa, merece la pena desplazarse hasta esta localidad toledana.

La salida de la carrera es a las once de la mañana, algo tarde para mi gusto, pero tiene la ventaja que si vienes de lejos no tienes que darte un gran madrugón. Por el contrario, si es un día caluroso -como ha sido hoy- a las once el sol ya calienta de lo lindo.

A las diez horas y diez minutos estábamos aparcando y cinco minutos después retirando el dorsal, cosa que hicimos en un periquete ya que había varias colas y estaba la cosa bien organizada. Después fuimos al servicio y me sorprendió encontrar menos urinarios que otras veces, aunque suficientes desde mi punto de vista. Luego dejamos la ropa en el guardarropa, también sin ningún problema y faltando un cuarto de hora nos pusimos a calentar.

No tenía muy claro cual era mi estado de forma. La última carrera fue el Trofeo de San Lorenzo a mediados de junio y desde entonces había entrenado poco y mal debido a una lesión y al terrible calor sufrido este verano en Madrid. Así que la idea era hacer esta carrera para obtener los ritmos de entrenamiento a los que debo entrenar. De todos modos, aún sin saber cómo me encontraba, me marqué el objetivo de tratar de bajar de cuarenta y dos minutos, cosa que me parecía muy ambiciosa, pero factible. Había calculado que yendo a 4:10 bajaba de ese tiempo y me parecía razonable poder aguantar durante los diez kilómetros.

La salida se da frente al antiguo ayuntamiento, en la plaza de España y la zona es muy estrecha, con algunas curvas de noventa grados nada más salir. Esa estrechez, unida a un pelotón de muchos corredores es una de las pegas de esta carrera. De hecho prácticamente durante todo el primer kilómetro se tiene sensación de agobio.

Sabiendo este asunto y de que se celebraban al mismo tiempo la carrera de 5 km y la de 10 km -lo que suponía algo más de 400 atletas participantes- traté de ponerme lo más cerca de la línea de salida, aunque no pude llegar a donde me hubiese gustado.

Dieron la salida y, efectivamente, el primer kilómetro fue un poco agobiante. Observé que me adelantó una chica que conocía de la carrera de la Cabrera y estuve tentado en seguir su ritmo, pero me pareció muy vivo y no era cuestión de darse un calentón. Llegamos al primer kilómetro, observé el cronómetro y vi que marcaba 4:11, ¡había clavado el ritmo! Y me sentía francamente bien.

Los siguientes dos kilómetros son ligeramente favorables y los hice a 4:06 y 4:09, lo cual me animó sobremanera porque veía posible el objetivo; sin embargo, los siguientes dos son ligeramente desfavorables y ahí el tiempo se me fue un poco, ya que los hice en 4:20 y 4:19, haciendo la primera vuelta en 21:05 lo que me hizo pensar que bajar de los 42 minutos iba a ser imposible, porque siempre flojeo un poco en la segunda vuelta.

Así fue, el siguiente kilómetro se fue a 4:25 y fue cuando me di cuenta que «la chica de la Cabrera», acompañada de un chico, iba por delante no muy lejos de mí. Viendo que el objetivo inicial era inalcanzable, me centré en seguir el ritmo de esta pareja, a los que veía francamente bien. A la altura del cuartel de la Guardia Civil, sobre el kilómetro siete y medio, conseguí darlos caza. Animé a la chica y seguí a mi ritmo que era ligeramente más rápido que el suyo, o al menos eso pensaba yo. Luego me centré en alcanzar a un tipo vestido de color rojo, con tan poco pelo como yo.

Poco a poco iba comiendo terreno «al de rojo», pero oía la respiración de la chica muy cerca de mí al igual que los gritos de ánimo, por lo que nuestro ritmo debía ser muy similar. El noveno kilómetro, que es el más desfavorable, se me fue por encima de los cuatro minutos y medio y ya sólo quedaba apretar un poco en el último kilómetro para tratar de adelantar al rival que me había inventado… Y que no me adelantase la pareja, que los notaba justo detrás de mí.

A la altura de la Colegiata pude adelantar al de rojo y en la curva de casi ciento ochenta grados me puse ya a tope porque quedaba poquísimo. Llegando a la recta final pude ver que el reloj andaba por los cuarenta y dos minutos y cuarenta y tantos segundos por lo que ya eché toda la carne en el asador para, por lo menos, bajar de cuarenta y tres minutos. Y conseguí hacerlo ya que llegué a meta con un tiempo oficial de 42:51. No había cumplido el objetivo inicial, pero al menos esta carrera me sirvió para ver mi estado de forma actual.

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Llegando a la meta de Torrijos 2016

Haciendo uso de las tablas de Daniels obtengo un valor de VDOT de 47,9 para esa marca y esa distancia, lo que implica un ritmo de intervalos de 4:02, un ritmo umbral de 4:24, un ritmo de maratón de 4:40 y un ritmo de carrera fácil entre 5:17 y 5:37. Así que objetivo no habré cumplido, pero ya tengo los ritmos a los que debo entrenar.

XXXIV Trofeo San Lorenzo

Un par de semanas antes de lo habitual se ha celebrado una edición más del Trofeo San Lorenzo. Y ya van treinta y cuatro, lo que hace que esta carrera sea una de las tradicionales del calendario popular de Madrid. Lo normal es que se celebre el último fin de semana de julio, pero este año por algún motivo que desconozco se ha adelantado dos semanas.

Habíamos quedado a las 7:40 en el punto de encuentro. Nos acercó amablemente Emilio a la zona de salida. Aparcamos con facilidad y fuimos a una cafetería situada junto a la estación de autobuses y estuvimos saludando a la gente de Gran Grupo Garabitas, que habían quedado allí. Nosotros aprovechamos para soltar lastre. Quedaba aún mucho tiempo, así que desde allí nos fuimos tranquilamente a dejar la bolsa en el guardarropa.

Estuvimos calentando, estirando y cuando faltaban diez minutos fuimos cogiendo sitio en la zona de salida, en Ronda de Atocha. Estábamos hablando tranquilamente cuando dieron la salida, yo pensaba que aún quedaba algo más de tiempo para comenzar. Apreté el botón de comienzo del cronómetro y me puse en marcha junto a Joaquín, aunque me decía que no se veía bien, que no sabía cómo le responderían las piernas. Yo tampoco sabía cómo responderían mis piernas, porque ayer salí con la bici y las notaba cansadas.

Jóvenes y viejas generaciones de corredores y corredoras, foto cortesía de Macu

Salimos sin ir a tope, al menos yo, y en el primer kilómetro vi que marcaba 4:11. Me pareció que la cosa iba bien, aunque las piernas no marchaban con la alegría que me hubiese gustado. El segundo kilómetro consiste en subir a Puerta de Toledo y bajar por Ronda de Segovia, por lo que es más bien favorable. Lo hice en 4:17 y me di cuenta que Joaquín se había quedado unos metros más atrás.

Entonces me fijé que delante de mí, como a diez metros, iba un individuo que me ganó en la Media de Villaverde, así que me marqué el objetivo de ganarle. Iba poco a poco acercándome a su chepa, pero no conseguía ponerme a su altura. Justo al acabar la bajada de la calle Segovia y al girar por Virgen del Puerto me adelantó una chica de un club de Seseña, que marchaba junto a un compañero del mismo club. Bajaba mejor que yo, pero en llano parecía que yo llevaba un poco más de chispa.

Este tercer kilómetro con la bajada de la calle Segovia es favorable y ahí marcó el crono 4:07, pero lo peor es lo que viene después, que es la subida por la Cuesta San Vicente. Ahí se le va a todo el mundo el crono, ya que es casi todo el kilómetro cuesta arriba. Hice ese kilómetro en 4:42 y lo di por bueno, pero lo que me preocupaba era «mi rival» que no conseguía acortarle ni un metro.

Poco después de acabar ese cuatro kilómetro se llega al cruce donde se cruza la calle Bailén (por arriba) con la cuesta de San Vicente (por abajo). En ese punto se dobla a la derecha y te encuentras con una bonita rampa para subir a Bailén y llegar al Palacio de Oriente. Esa rampa se me hizo más dura que el kilómetro anterior, ahí me flojearon las piernas un poco, pero me fui reponiendo al paso por el palacio y la llegada al viaducto. Hice ese kilómetro, que marca la mitad de la carrera, en 4:35, dejando claro que la rampa de Bailén me había hecho pupita.

Poco después de dejar atrás el meridiano de la carrera se pasa por San Francisco el Grande y se comienza a subir hacia Puerta de Toledo y desde allí, se continúa subiendo hacia la Plaza de la Cebada. Pasada la Puerta de Toledo está el punto kilométrico seis, que pasé en 4:14. En ese punto estaba un puesto de avituallamiento y ahí mi rival sólo me sacaba un metro. Cogí una botella de agua, eché dos tragos e inmediatamente después noté una gran flojedad de piernas; sin embargo pareció que mi rival se tomó un Red Bull porque a partir de ahí empezó a sacarme más y más metros.

Esta subida por la calle Toledo hasta Latina me sentó fatal. El llano hasta Puerta Cerrada y el terreno favorable hasta la calle Mayor no me «devolvió» los segundos que perdí en esa subida y se me fue este séptimo kilómetro a 4:42, ¡lo mismo que en la Cuesta de San Vicente! No me encontraba muy fino y yo creo que el rival se me había marchado más por demérito mío que por mérito suyo.

El tramo entre el séptimo y el octavo kilómetro consiste en subir por la calle Mayor, bajar un poco hasta Sol y volver a subir un poco hasta casi la calle Sevilla. Subiendo por Mayor me adelantó la pareja de Seseña y al terminar la subida, a la altura de la Plaza Mayor, volví a ponerme yo por delante. Ahora la «batalla» estaba más por aquí que con el otro chico, que ya se había marchado bastante. Este octavo kilómetro se me fue a 4:28.

Afortunadamente, sólo queda subir un poco más por Carrera de San Jerónimo, donde poco antes del Congreso comienza terreno favorable ya casi hasta meta. Animé a la chica de Seseña indicando que ya era todo cuesta abajo y me lancé todo lo deprisa que pude buscando el Paseo del Prado y el noveno kilómetro que estaba enfrente del Jardín Botánico. Por allí andaba Emilio haciendo fotos y animando al personal. Este kilómetro, que es casi todo cuesta abajo, fue el más rápido que hice, en 4:04, pero por más que apretaba veía a «mi rival» muy lejos.

El último kilómetro en su paso por Atocha, el Reina Sofía y la Ronda de Atocha sigue siendo favorable, pero el desnivel se equilibra con la subida por la calle Argumosa, donde está situada la meta. Subí bastante bien esa subida situada a 300 metros de meta y escuché por primera vez el nombre de la chica de Seseña. Alguien la gritó: «Vamos Marina, que vas la segunda».

Acabé la cuesta y apreté los dientes para hacer los últimos metros. Pasé por la línea de meta con un tiempo, según mi cronómetro, de 43:22 haciendo este último kilómetro en 4:06, el segundo más rápido. Se nota que estos dos últimos kilómetros son los más favorables. Marina entró muy cerca de mí y Joaquín y Ninfa, que se habían juntado durante el recorrido llegaron como medio minuto más atrás, a punto estuvieron de cogerme. Lo curioso es que al mirar las clasificaciones vi que Marina, la chica que había entrado justo detrás de mí, aparecía como tercera clasificada. Le comenté que lo más seguro es que hubiese entrado un tipo con un dorsal de chica y que reclamase. Al final parece ser que fue así. Reclamaron y se solucionó el asunto, de tal forma que esta chica pasó a ser la segunda clasificada y Ninfa, la tercera.

Llegando a meta, foto cortesía de Macu

https://connect.garmin.com/modern/activity/1259446459

XXXIX Carrera Fraudulenta Toledo-Polígono

He participado por segunda en esta clásica carrera toledana que ya va por la 39ª edición. Y remarco lo de la edición porque aún siendo una carrera tan longeva, la organización me ha parecido tan mala como si de una primera edición se tratase.

Hace dos años participé con una amiga y nos inscribimos como pareja mixta. Este año hicimos lo mismo y nos dieron un bonito dorsal con el número en color rojo. En nuestro caso, nos tocó el número 544. Remarco lo del color rojo porque era la manera de distinguir si un corredor corría en la categoría de pareja con los que no, que llevaban un dorsal con el número en negro.

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Con la Puerta de Bisagra al fondo, luciendo nuestras bonitas camisetas de la carrera del Zofío

Recogimos el dorsal en un lugar recóndito que nos costó encontrar y faltando media hora estábamos calentando por la zona de salida. Comenzó la carrera, subimos hacia Zocodover, bajamos por una cuesta muy empinada, cruzamos el Tajo por el puente de Alcántara, enfilamos el Paseo de la Rosa, subimos una cuesta bastante larga por un camino, cruzamos la A-42 por un puente y bajamos una cuesta donde mi cronómetro marcó el meridiano de la carrera.

Fue en ese punto donde nos pasó una pareja del toledano equipo Training Rey. Obsérvese que recalco toledano. Miré de reojillo los dorsales de la pareja y vi que eran de color negro. ¡Qué bien! pensé, menos mal que no eran pareja, con lo deprisa que iban nos hubiera sido imposible alcanzarlos.

Seguimos por la carretera que lleva al barrio del Polígono. Llegamos al kilómetro seis, pasamos por el centro comercial La luz del Tajo, encontrando por esa zona ¡¡¡la carretera abierta al tráfico!!! aunque separados por conos, eso sí. Llegamos al colosal hospital -aún en construcción- que ocupa una parcela de más de un kilómetro de largo. Lo pasamos y poco después ya estábamos en el último kilómetro, por supuesto sin señalizar como todos los anteriores y como todo el trayecto.

Según íbamos acercándonos al final iba viendo que una pareja iba por delante. No sabía si corrían como pareja o no, aunque algo sospechaba. Al llegar a un glorieta, el circuito es cuesta abajo por la calle Río Guadarrama. En esa calle se hace un giro de ciento ochenta grados y se vuelve a subir para afrontar la recta de meta. En ese giro vi que la pareja llevaba un dorsal con números en rojo. Invité a mi pareja a que acelerase para ver si los podíamos adelantar, pero no pudo ser. Entramos en meta con un tiempo de 49:20 a cuatro segundos de la otra pareja.

Después de atravesar la línea de meta fuimos a tomar una botella de agua, que la temperatura andaba por encima de los treinta grados, y nos encontramos con una cola enorme que apenas avanzaba. Luego había otra cola para recoger la camiseta y luego había otra cola más si querías degustar una cerveza artesanal en una barra que habían montado por ahí. Después de tirarnos casi media hora entre unas cosas y otras fuimos a ver la clasificación. Allí vimos que aparecíamos como tercera pareja mixta clasificada. Me puse muy contento, ya que no suelo subir al podio casi nunca.

Estuvimos esperando otro rato más para la entrega de premios, que fue también un desastre, y cuando llegó nuestra hora no escuchamos nuestros nombres. Subí rápidamente a hablar con la speaker y me dijo que le habían dado un papel donde aparecía a boli el nombre de la otra pareja. Busqué a alguien de la organización y me dijo que habían revisado el vídeo y habían visto que había una pareja que había llegado antes. Me pareció muy raro, pero pensé que se habían equivocado simplemente.

La sorpresa vino cuando vi que subía al cajón la pareja que nos había adelantado con los dorsales de color negro, es decir, aquella pareja que no corría como pareja. Protesté de nuevo al organizador y me dijo que él no sabía nada, que si la pareja había llamado antes por teléfono al organizador, que si pitos, que si flautas. En fin, llegué a la conclusión de que el equipo Training Rey es de Toledo y que hacen y deshacen a su antojo, pudiendo elegir la categoría según les conviene.

Me pareció lamentable que consiguieran de esa manera fraudulenta un puesto en el cajón.

Si alguna vez no me encontráis no hace falta que me busquéis aquí, seguro que no estoy.

XXX Trofeo San Antonio de la Florida

Todo sea por repartir octavillas. Eso fue lo que pensé días antes y lo que me llevó a apuntarme a esta carrera en la que nunca había participado. Este año la inscripción era gratuita y encima el cronometraje era con chip. Todo un lujo.

La carrera comenzaba a las nueve de la mañana en el Paseo de Camoens, allí donde tiene la meta la Carrera de la Mujer y está situado el kilómetro 22 ó 23 de la Maratón de Madrid, así que tocaba madrugar el domingo también.

Aparcamos el coche justo detrás del Templo de Debod y desde allí fuimos dando un agradable paseo hasta la salida. El Parque del Oeste estaba precioso con las últimas lluvias caídas.

Llegamos con media hora de antelación, recogimos el dorsal sin hacer apenas cola, dejamos la mochila en el guardarropa y estuvimos calentando y estirando antes de que comenzase la carrera y a las nueve en punto dieron la salida a un pelotón de unos quinientos, así calculado a ojo.

Se podía hacer la prueba de 5 km o la de 10 km. Como el día anterior, elegí la corta para tener más tiempo para repartir octavillas. Salí deprisa pero sin matarme tampoco que tenía las piernas cansadas del día anterior; sin embargo, según iban pasando los metros notaba que iba mejor, que las piernas molestaban menos.

En la larga recta del Paseo de la Florida y Avenida de Valladolid me encontré francamente bien y aceleré el ritmo lo que pude, aunque tratando de guardar algo de fuerzas porque el final era duro.

Efectivamente, cuando llegamos al Puente de los Franceses comienza una subida imponente de unos ochocientos metros que en la maratón mola porque es bajada, pero en esta carrera, que es al revés, como dice el inefable Perico es larga pero dura.

Ahí agaché la cabeza y traté de no perder mucho ritmo y la verdad es que no subí mal del todo, mejor de lo que yo pensaba. Llegando al punto más alto de la carrera -a falta de cuatrocientos metros- me crucé con Jovita, que ganó en la categoría femenina de la prueba de 5 km, y pensé, pues no lo he hecho tan mal.

Llegué arriba y aceleré en la cuesta abajo y en el pequeño repecho donde estaba instalada la línea de meta, llegando con un tiempo oficial de 21:07.

Cogí una botella de agua y me dirigí rápidamente a por la mochila donde guardaba las octavillas. Comencé a repartirlas a los corredores que iban llegando y luego cuando llegó mi amiga me ayudó a repartir. Al final conseguimos deshacernos de todas las que trajimos. Confiemos en que sirvan para que se apunte mucha gente a esa gran carrera que es la Carrera Popular Barrio del Zofío.

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Repartiendo octavillas en la meta del Trofeo San Antonio de la Florida

Una carrera magnífica: gratuita, con chip y al finalizar una botella de agua, ¿para qué se necesita más? Trataré de repetir todos los años que pueda.

VII Carrera Popular la Cabrera

Hoy he participado por primera vez en la Carrera Popular la Cabrera organizada por el club Trisquel Team. Y debo reconocer que la carrera me ha gustado y eso que he corrido la prueba de 5 km, que si hubiese corrido la de 15 km seguro que me hubiese gustado más…

Llegué a esta carrera por casualidad. La semana que viene es la carrera del barrio y había que dar el último empujón a las inscripciones llevando octavillas a todas las carreras que pudiéramos. Mirando en el calendario de carreras populares vi que el sábado se celebraba esta carrera y el domingo otro par de ellas. El domingo nos dividimos para ir a dos y el sábado decidí que bien podría ir a ésta.

El problema es que se me pasó el plazo de inscripción, ya que pensaba que cerraban el jueves a las 23:59 y resulta que cerraban el mismo día pero a las 20:00. Les escribí un correo y tuvieron la gentileza de apuntarme, aunque me advirtieron que quizás no habría camiseta. No hay problema, ya que tengo un serio problema de exceso de camisetas.

Quedé con una amiga para acercarnos hasta allí. La Cabrera está como a cincuenta minutos en coche y como comenzaba a las diez, tampoco es que hubiese que darse un madrugón brutal. A las siete ya estaba arriba y poco más tarde de las ocho ya estaba sacando el coche. Sobre las nueve llegamos allí, aparcamos cerca de la plaza donde estaba instalada la salida y la meta y recogimos los dorsales pagando los cinco euros que costaban.

Tuvimos tiempo de hacer nuestras necesidades, de calentar, de estirarnos y a las diez en punto dieron la salida, en la que salimos juntos los de la prueba corta y la prueba larga. Juntando todos, no sé si llegaríamos a la centena de corredores.

Había visto el perfil en wilkiloc y no parecía que el recorrido fuese excesivamente complicado. Se veían algunas cuestas, pero el desnivel acumulado no era nada del otro mundo. De hecho, etiquetaban la prueba con un dificultad técnica fácil.

La carrera sale por las calles de la localidad, por asfalto, y ya en el primer kilómetro hay una bonita cuesta, pero muy corta. Notaba que las piernas no estaban muy sueltas, todavía andaban algo cansadas de Cuenca, pero me decía que eran sólo cinco kilómetros, que eso se pasaba enseguida. El primer kilómetro lo hice en 4:05 lo cual no está nada mal, ya que hace tiempo que no voy tan rápido.

Pasado ese primer kilómetro, todavía por asfalto, empezaba la segunda cuesta de la jornada. Unos trescientos metros de subida que provocaban que la respiración se agitase y que las piernas empezasen a cansarse. Después un terreno llano hasta llegar al comienzo de un camino donde de nuevo la prueba se ponía cuesta arriba. Hice 4:33 en ese kilómetro y lo di por bueno, por muy bueno.

Había notado que en las subidas un individuo de camiseta naranja me adelantaba, pero luego me ponía yo por delante. Y así fuimos un buen rato. La verdad es que no era sencillo saber cual era el camino que había que coger porque aunque estaba señalizado, nunca tiene uno la certeza de haber elegido el camino correcto. De hecho, la amiga con la que vine hizo cuatrocientos metros más porque alguno de los que iban delante se confundió y todos los demás le siguieron.

Como no había muchos participantes, íbamos bastante separados unos de otros, así que la jugada consistía en no perder de vista al que iba delante para no tener que buscar luego el camino correcto, por lo que me tocaba acelerar más de lo que hubiese querido, sacándome esos acelerones de la zona de confort en la que me hubiese gustado ir.

El tercer kilómetro era un diente de sierra. Comenzaba con una cuesta abajo, luego una buena cuesta arriba y acababa con otra cuesta abajo. Prácticamente ni un metro llano en este tramo. Me salió a 4:10 que también me pareció francamente bien.

El cuarto kilómetro comienza con una cuesta arriba de las de verdad. Bastante empinada y larga. Es la que llaman calle de la subida al convento. Menos mal que no hay que llegar hasta el convento, porque entonces hubiera sido de aúpa. A los cuatrocientos metros de subida había que desviarse a la izquierda y comenzaba un camino más o menos llano, que servía para coger un poco de aire y tratar de bajar las pulsaciones. En esta cuesta me adelantó el de la camiseta naranja y me sacó un buen tramo que luego me resultó imposible de rebajar.

Después de llanear un poco se llegaba al cuarto kilómetro, que pasé en 4:46, y comenzaba una bajada, con algún falso llano, que llevaba a las afueras del pueblo de La Cabrera. Se trataba, sin lugar a dudas, del terreno más cómodo de toda la prueba. Dura el terreno favorable unos setecientos metros y luego el terreno es más o menos llano hasta meta. Esta bajada ayuda a maquillar un poco el tiempo perdido en esa dura subida al convento.

Según el GPS la vuelta es de algo más de cinco kilómetros, así que ese hito kilométrico estaba antes de la llegada. Hice ese kilómetro en un tiempo de 4:21 y poco después llegué a la calle de Las Matas que prácticamente desemboca en la plaza donde está situada la llegada. Atravesé la línea de meta con un tiempo oficial de 22:56 y me di cuenta de que había pocos corredores en la plaza, que casi todos seguían para hacer la de quince kilómetros, la de verdad. Poco después llegó mi amiga y supuse que se llevaría algún premio porque sólo una chica había llegado a meta. Curiosamente su GPS marcaba 400 metros más que el mío. Luego descubrimos que ¡¡¡se había perdido durante la prueba!!!

Estuvimos tomando algo de agua, un refresco y unos frutos secos y decidimos ir por el circuito por donde estaban llegando los de 15 km para animar al personal. Nos dimos cuenta que el último kilómetro y medio o algo más es muy duro porque es todo cuesta arriba. Vimos que la gente llegaba muy cansada por el kilometraje, por el desnivel y por el terrible calor que hacía.

Esperando que nombraran a mi compañera para que subiera al podio me llamaron a mí como segundo veterano de la carrera de cinco, así que subí al cajón más contento que unas castañuelas, como atestigua la foto…

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En el podio de la carrera, alucinando todavía

Lo curioso es que al final no hice a lo que iba, que era repartir octavillas. Como no tenía demasiadas pensé que era mejor gastar ese último cartucho en el Trofeo San Antonio de la Florida a celebrar el día siguiente.

XXIX Carrera popular hoz del Huécar

Hoy he participado en esta carrera en la que tenía muchas ganas de participar, ya que todo el mundo me había hablado maravillas de ella. La idea era también la de intentar traerse un jamón, que se lo daban a los quince equipos más numerosos.

Estuve tratando de reclutar el mayor número posible de gente, pero al final sólo fuimos siete, así que nos quedamos sin jamón 🙁

La carrera es en Cuenca, así que tocó madrugar el domingo. A las seis arriba porque habíamos quedado con Emilio a las 6:50 y, por supuesto, llegamos tarde…

Llegamos a la ciudad de las casas colgadas a eso de las 8:30, una hora antes de comienzo, y ya Joaquín nos había recogido los dorsales, así que nos dio tiempo a aparcar el coche con tranquilidad, a hacer nuestras necesidades y a calentar por el bonito parque de San Julián. Sobre las 9:15 estábamos rondando la zona de salida tratando de colocarnos no muy lejos de los primeros. Antes nos hicimos una bonita foto.

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Foto de equipo

La carrera es dura, bastante dura. Son 15 km que se dividen de la siguiente manera: el primer kilómetro de recorrido es más o menos llano. Luego hay 6 km todos para arriba, pero no son de mucha pendiente -aunque se nota en las piernas- con algún que otro falso llano. Al llegar al kilómetro 7 empieza lo más duro, ya que hasta el 9 son dos kilómetros con una pendiente considerable. Poco después del kilómetro 9 y hasta el 12 son kilómetros de sube y baja y desde el 12 comienza una bajada bastante pronunciada sobre adoquín. Poco antes del 15 acaba la bajada y sólo queda un terreno llano para alcanzar la meta.

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En los primeros kilómetros, foto cortersía de la organización

Tenía mucho respeto a esta carrera porque todo el mundo me había dicho que era muy dura y doy fe de que sí. Salí con un compañero de entrenamientos y nos mantuvimos juntos hasta el kilómetro cinco. Ahí aceleró un poco y yo después de pensar si apretar o seguir al mismo ritmo opté por la segunda opción, ya que me daba miedo lo que quedaba.

Subí más o menos decentemente hasta el kilómetro siete y en ese punto que comenzaba lo más duro traté simplemente de mantener un ritmo más o menos decente. Cuando acabó la subida dura, ya iba algo cascado, pero mantenía la distancia más o menos con mi compañero, que no me sacaba más de veinte metros; sin embargo, veía que me iba sacando algo de tiempo en las bajadas de ese terreno rompepiernas.

Llegados al kilómetro 12 cuando empieza la bajada pronunciada empezó a separarse cada vez más y empezaron a adelantarme gente a manadas. Yo bajaba con precaución -por no decir con miedo- y la gente se lanzaba como si no hubiese mañana por esas calles adoquinadas y de gran pendiente. Calculo que me adelantarían entre 20 y 30 corredores en la bajada… Lo que demuestra lo malo que soy bajando.

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Demostrando mi mal bajar, foto cortesía de Juan Pérez

Traté de acelerar cuando llegaron los últimos 300 metros llanos y conseguí llegar a meta con un tiempo oficial de 1:08:14. Un tiempo superior a lo previsto, pero me doy con un canto en los dientes ya que se trata de una carrera que es totalmente lo opuesto a mi carrera «ideal». El único consuelo es pensar que el entorno es muy bonito y realmente merece la pena conocer la carrera, aunque sea una única vez.

Después de la carrera fuimos a ducharnos y luego volvimos a la plaza de España donde estuvimos esperando que Emilio recibiera su detalle, que la organización ofrecía a los mayores de sesenta años. Después de «aguantar» toda la entrega de premios Emilio subió junto a unos cuantos más al escenario para recibir una botella de vino.

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Emilio en el podio recogiendo su detalle

Luego llegó el momento más esperado de la jornada: fuimos a tomarnos una cerveza a hidratarnos, que la mañana era calurosísima.

XXXIX Maratón de Madrid

Habíamos quedado tres compañeros pradolongueros poco antes de las siete de la mañana para ir hacia la meta de la carrera, sita en el Retiro. Lo hicimos con tiempo para encontrar fácilmente tiempo para aparcar. Y lo encontramos enseguida a esas horas.

Joaquín tenía ganas de tomarse un café así que estuvimos buscando una cafetería, pero a esas horas no había nada abierto. Así que optamos por ir hacia el guardarropa paseando tranquilamente por este bonito parque del Retiro. Nos hicimos un selfie en el Bosque del Recuerdo, monumento construido como homenaje a las 191 víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004.

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Con el Bosque del Recuerdo a la espalda

Llegamos a la zona del guardarropa, inspeccionamos el terreno, soltamos lastre y como Joaquín seguía erre que erre fuimos por la zona de Menéndez Pelayo buscando una cafetería abierta. Encontramos una casi abierta, pero nos dijo que esperásemos cinco minutos. Viendo que se nos podía hacer tarde, volvimos a la zona del guardarropa a dejar nuestras pertenencias. En un rato se había llenado esa zona de gente y aunque la entrega de la ropa fue rápida, salir de allí fue toda una odisea porque las colas que se formaban esperando entrar en los servicios eran tan grande que casi llegaban al otro extremo de la calle. El carajal era tremendo. Punto negativo para la organización.

Había quedado con los compañeros de MaraTID en la terraza del Ritz. Fuimos para allá, pero llegamos quince minutos tarde, aún así, tuvieron la gentileza de hacernos una foto, en la que salimos con una pinta curiosa.

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Pradolongueros y maratidianos, junto a la terraza del Ritz

Con veinte minutos todavía por delante nos dirigimos hacia el cajón número dos. Entramos tranquilamente y allí estuvimos viendo como los paracas se lanzaban con sus paracaídas. Entre el espectáculo, la charla con unos y con otros, la ingesta de un bollito que me llevé y el rasgar el impermeable de Miguel se nos fue pasando el tiempo rápidamente y cuando nos quisimos dar cuenta ya estaban saliendo los corredores de élite y cinco minutos después, el resto de la tropa. Desde el pistoletazo de salida hasta que atravesamos la línea, pasó poco más de un minuto y nos pusimos en marcha a un ritmo tranquilo, que la preparación había sido nula y los kilómetros que quedaban, muchos.

Hace tres años me diagnosticaron condromalacia rotuliana en la rodilla izquierda. He comprobado que no me impide seguir corriendo si no hago muchos kilómetros, pero que cuando hago tiradas largas me molesta un montón. Así que la semana que más kilómetros he hecho ha sido de 42 km y por lo tanto, la preparación para la maratón dejaba mucho que desear… Siendo generosos.

Con esta perspectiva, la única posibilidad que tenía de acabar entero era hacerla muy tranquilo. Y así fue, salimos a ritmos entre 5:20 y 5:30 con mucha calma, aunque un poco mosqueados por el sol, que brillaba muy luminoso en el cielo. Comentábamos que no era el día más propicio para hacer tantos kilómetros y menos para tratar de hacer un buen tiempo.

Salimos Joaquín, Miguel, Paco (un compañero de MaraTID) y un servidor con la idea de ir todos juntos. Recordando que el año pasado se rompió el grupo en el avituallamiento del kilómetro cinco, acordamos en encontrarnos en un determinado punto si el grupo se rompía. Pero este año no sucedió y cada uno agarró su botellita de agua sin perder de vista a los demás. La cosa no iba mal.

Un kilómetro y pico después de este primer avituallamiento empieza un terreno favorable dirigiéndonos hacia Plaza de Castilla y luego hasta Cuatroca, bajando por Bravo Murillo a un ritmo bastante más rápido que el previsto, pero el terreno descendente nos hacía mover las piernas deprisa, deprisa. En esta bajada nos adelantó la vela que indicaba un tiempo de 1h50 en la media. Ahí debería ir nuestro compañero Emilio, pero únicamente iba su compañera, que iba de lo más feliz por la espantada de Emilio. Ella pensaba que iría por detrás, pero la dijimos que seguro iría por delante, como así era. Estuvimos un rato con ella, pero decidimos bajar un poco el ritmo, que quedaba mucho todavía.

En el kilómetro 10 estaba situado el segundo avituallamiento. Cogimos otra botellita y poco después empezamos a sentir las consecuencias de la ingestión de líquidos y planeamos una parada técnica. Estábamos los cuatro de acuerdo en parar, por lo que entre el doce y el trece paramos a aliviarnos. ¡Qué placer descargar la vejiga!

Poco antes de llegar al kilómetro 14 se separa la media maratón de la entera. Allí nos despedimos deseando a los de la media tanta paz como descanso dejaban… Cosas de Joaquín, que considera un estorbo todo lo que no sea la carrera. Y no le falta razón.

Cruzamos de nuevo La Castellana por el puente de Rubén Darío, bajamos hasta Alonso Martínez y al comenzar a subir Santa Engracia (km 15) nos encontramos con Emilio II que nos animó lo suyo. Había quedado con mi madre, que vive cerca de San Bernardo y Joaquín me preguntó que en qué punto estaba. Le dije que cerca del kilómetro 15 cuando ya lo habíamos pasado. Íbamos tan bien que ni siquiera sabíamos los kilómetros que ya habíamos recorrido.

Subimos hasta José Abascal y comenzamos a bajar por San Bernardo. Mi madre estaba apostada poco después del kilómetro 17 y me esperaba con un bollito de pan de leche con nocilla. La di un par de besos a cambio del bollito y nos despedimos emocionados los dos. Fue un momento muy emotivo y me dio el encuentro más energía extra que el alimento. Lo repartí con Miguel mientras seguíamos bajando por San Bernardo.

Se llega a Gran Vía y desde allí a Callao y luego se enfila por Preciados hasta Sol. Seguíamos a tope de fuerzas, devorando kilómetros sin esfuerzo aparente. Las piernas seguían frescas… A pesar del sol. Ese tramo de Gran Vía, Callao, Sol y la calle Mayor es muy emocionante, ya que hay multitud de gente animando a los corredores sin cesar. Te llevan en volandas sin querer.

Calle Mayor, Bailén, Palacio de Oriente y calle Ferraz. Allí está situada la media maratón y un puesto de plátanos que se agradece enormemente. Todo alimento viene que ni pintado para llenar el depósito. Desgraciadamente, en esa subidita se quedó Paco, que quizás había ido algo más rápido de lo que le hubiese gustado. Una pena que se quedara descolgado.

Después de la media viene un terreno favorable hasta bajar al Puente de los Franceses y luego un terreno más o menos llano hasta Príncipe Pío. Por allí empezamos a ver las primeras víctimas del calor. Gente en la acera haciendo estiramientos debido a los tirones provocados por la pérdida se sales. Ya se empezaba también a ver gente que comenzaba a andar. Ya llevábamos dos horas de carrera y el calor hacía estragos.

Entramos en la Casa de Campo en el kilómetro 26 y los cuatro kilómetros de tránsito por este precioso parque madrileño es de lo más agradable, porque los árboles, abundantísimos, te protegían del sol. El número de corredores andando se incrementaba y los que habían pecado de salir más rápido de lo que debieran empezaban a bajar el ritmo. Empezamos a adelantar gente casi de continuo.

Salimos de la Casa de Campo por la rampa del metro de Lago y la gente estaba algo fría. Tuvimos que animar para que nos animaran. En esos momentos todavía las piernas iban bien, aunque empezaban a notarse los kilómetros. La bajada por la Avda. de Portugal se hace rápida. Viendo que muchos iban ya justos, empecé a animar a grito pelado. No sé si a los demás les servía, pero a mí me autoanimaba y seguíamos adelantando corredores. Empezamos a ver en la distancia el globo de 3h45 que nos había adelantado al principio de la carrera.

En el Puente de Segovia nos estaba esperando una buena amiga que se unió al grupo para animarnos y ayudarnos en lo que pudiera. Quedaban sólo once kilómetros, pero muchos de estos eran los más duros. Pasamos por el estadio Vicente Calderón, enfilamos Virgen del Puerto y llegamos a uno de los puntos más delicados de la carrera: la subida por la Calle Segovia. Esa subida es durísima y si vas bien o medio bien, se trata de ir esquivando corredores que van andando o subiendo muy lentamente. Miguel decía que nos fuéramos, que parecía que el gemelo se le iba a subir. Le comenté que yo llevaba también las piernas muy cansadas. Poco antes de la subida se nos unió al grupo un corredor italiano al que fui animando para que no se soltase de nuestra vera y anduvo muchos kilómetros junto a nosotros, pero al final se descolgó un poco.

Después de esta bonita cuesta se baja un poco por Ronda de Segovia. Allí estaban unos cuantos pradolongueros animando. Eso nos dio fuerza para afrontar otra bonita subida: el Paseo Imperial, que se corona en el punto kilómetrico 35. Una pequeña bajada por Doctor Vallejo-Nájera y ya, ahora sí, empezaba el festival. Y no el de la cerveza, sino el festival de las cuestas arriba.

Las piernas ya iban muy cargadas y la subida por el Paseo de las Acacias se me hizo muy larga. El empalme por Ronda de Atocha acabó de rematar las pocas fuerzas que me quedaban y lo único que nos animaba era ver que íbamos adelantando gente a manadas. Era un continuo esquivar gente. Unos que aflojaban el paso y otros que se cruzaban sin ninguna consideración. En la Glorieta de Atocha se cruzó una persona delante de Miguel. Este le soltó una fresca y oí a unos que estaban entre el público: déjale que se desahogue, que va muy cansado. Me sonó a aquella cita bíblica de Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. Algo de razón no le faltaba al espectador.

En Atocha también recibimos buenos ánimos pradolongueros aunque yo no me enteré. Me había quedado descolgado unos metros de mis compañeros y me resultaba casi imposible alcanzarlos del mogollón de gente que había y del estrecho paso que habían dejado. En este punto ya estábamos en el kilómetro 37 y sólo quedaba una vuelta al parque.

La carrera sigue cuesta arriba, no se vayan a creer, y el tránsito por Paseo del Prado y Paseo de Recoletos se hace muy largo. Son sólo dos kilómetros, pero parece que son veinte. Menos mal que de nuevo Emilio II estaba por allí y nos dio ánimos al tiempo que nos hizo unas fotos. ¡Muchas gracias Emilio!

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El trío inseparable pasándolas canutas en el Paseo del Prado

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Con la amiga que nos acompañó y ayudó los últimos kilómetros

Excepto Joaquín, íbamos los dos ya con las piernas muy, muy cansadas. Yo las notaba como losas y Miguel seguía diciendo que se le iba a subir el gemelo. Se llega a Colón, se gira por Goya y comienza la última subida de la jornada por la calle Velázquez hasta Ortega y Gasset. Esa subida es tremenda, las fuerzas ya son nulas y lo único que te hace seguir es pensar que la cima de la subida está en el kilómetro 40 y que, por lo tanto, la carrera está casi acabada. Además el terreno es favorable hasta meta.

El año pasado iba con Miguel volando por esta zona de Ortega y Gasset y Príncipe de Vergara; sin embargo, este año conocimos la cruz de la moneda. Bajando por Príncipe de Vergara, poco antes del kilómetro 41, Miguel sufrió un tirón, pero no en el gemelo como llevaba diciendo desde tiempo atrás, sino en el isquio que se le puso duro como una piedra. Tuvo que pararse porque le resultaba imposible continuar. La amiga que nos acompañaba le hizo un masaje en la zona y parece que mejoró porque al rato comenzó de nuevo a correr. Joaquín y yo le estuvimos esperando y cuando llegó a nuestro lado conformamos de nuevo el trío que desde el comienzo de la carrera había permanecido junto. En ese rato, que sería poco más de un minuto, nos adelantó el globo de las 3h45 que nos había pisado los talones desde que lo adelantamos tres o cuatro kilómetros antes.

Viendo que podía seguir corriendo con más o menos molestias, nos presentamos en la puerta del Retiro. Ya estábamos en ese último kilómetro de gloria y fuimos disfrutando de ese emocionante tránsito por el parque. Fue un momento maravilloso sentir todos juntos esa enorme emoción durante esos últimos metros después de haber disfrutado y sufrido durante 42 kilómetros esta carrera tan particular que es la maratón. Iba mirando a mis compañeros de carrera y a esa buena amiga que nos había acompañado los últimos kilómetros y las lágrimas se me venían a los ojos. Me costaba contener la emoción.

Cruzamos la meta los cuatro agarrados de la mano cuando el reloj marcaba 3h45 y pico, aunque el tiempo era lo de menos. El placer de correr durante ese tiempo acompañado de Joaquín y Miguel es lo verdaderamente importante. No lo cambiaría ni por hacer mi mejor marca.

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Tan contentos ya con nuestras medallas

Cuando escribo estas línea me noto muy cansado, con mucho sueño, pero no tengo las piernas demasiado mal. Subo y bajo escaleras sin problemas y sólo noto ligeras agujetas. Así que no me puedo quejar.

Siento que Paco no pudiera seguir nuestro ritmo, pero quizás lo mejor para él fue continuar el ritmo que mejor le iba. Lo siento Paco.

XXXVIII Media maratón de Coslada

Hoy he participado por sexta vez en esta media maratón, a la que no acudía desde 2008. Desde entonces, han cambiado el circuito y si ya era duro en aquel entonces, ahora lo es bastante más.

Fui con Joaquín a esta carrera con la idea de hacer una tirada larga de cara a Mapoma. Llegamos sobre las 8:20 a Coslada, por lo que pudimos aparcar sin problemas en la misma calle donde se daba la salida. La primera sorpresa fue comprobar que el lugar de salida/meta de ahora había cambiado con respecto a aquellos tiempos en los que la media de Coslada era una de las pocas que se podían hacer para preparar Mapoma. Si no recuerdo mal, Fuencarral, Universitaria y ésta eran las únicas media además de los 20 km Villa de Madrid, ya extintos, que servían para comprobar el estado de forma de cada cual respecto a Mapoma.

Ahora la meta y toda las logística está instalada en el polideportivo Valleaguado. Allí recogimos el dorsal con chip incorporado y la camiseta conmemorativa y como había mucho tiempo por delante estuvimos dando un paseo por la pista de tartán, donde iba a finalizar la carrera. Luego cruzamos la calle para entrar en un restaurante que estaba abierto y hartándose de servir cafés. Nos tomamos uno, aliviamos nuestros vientres y se me ocurrió mirar el perfil del recorrido porque estaba oyendo a los corredores que la carrera era bastante dura. Y lo que vi nos asustó un poco…

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Perfil de la media de Coslada 2016 obtenido de la web de la organización

Un poco con el miedo en el cuerpo volvimos al polideportivo a hacer un poco de tiempo antes de quitarnos la ropa y dejarla en el guardarropa. Mientras estábamos por allí preguntándonos si iba a llover o si iba a hacer frío o si fue antes el huevo o la gallina nos encontramos con Ambrosio, un clásico veterano de las carreras madrileñas que también se había acercado hasta allí. Estuvimos un rato charlando y un corredor muy amable se prestó a hacernos una bonita foto.

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Junto a dos campeones de los clásicos de Madrid

A falta de media hora dejamos nuestras pertenencias en el guardarropa y nos pusimos a calentar y estirar un poco mientras el reloj se iba acercando a las diez de la mañana, hora en la que comenzaba la carrera.

Dieron la salida con bastante puntualidad y aunque los primeros seiscientos metros son cuesta abajo luego empieza el festival de cuestas arriba. Hasta el kilómetros dos y medio es todo para arriba con algún falso llano y con alguna cuesta que asusta. Luego viene una bajada muy pronunciada y posteriormente todo es bajada o subida con poquísimo llano. Y lo peor es que hacía un aire de espanto.

Como hay que dar dos vueltas al mismo circuito, habíamos pensado hacer una primera vuelta de reconocimiento, algo más tranquilos y luego apretar, si se podía, en la segunda vuelta. El objetivo era hacer un tiempo por debajo de 1h35 lo que implicaba marchar a un ritmo por debajo de 4:30 min/km. Lo cual era harto complicado hacerlo en las cuestas arriba, así que la jugada era apretar lo que se pudiese cuando el terreno fuese favorable.

Y eso es lo que hacíamos, sufrir lo que podíamos cuesta arriba y acelerar todo lo posible cuesta abajo. Hacia arriba se nos iba el tiempo por encima de ese ritmo de crucero de 4:30 o muy cerca y en las bajadas conseguíamos bajar 10, 12 ó 15 segundos ese ritmo. La cosa iba más o menos controlada.

Casi al final de la primera vuelta se nos «pegó» un tipo de camiseta roja y me iba molestando lo suyo, porque el tío se ponía a nuestra chepa en los tramos de aire y encima iba acortando todas las esquinas que podía. La verdad es que su presencia me violentaba, pero el tipo iba más feliz que un ocho.

Fuimos bastante tiempo, en esa primera vuelta, detrás de una chica de la Agrupación Deportiva Marathon que conocía de otras carreras. Iba a un ritmo muy semejante al nuestro porque no la quitábamos ni un metro. Casi a punto de terminar la primera vuelta ella adelantó a la que iba tercera clasificada y un poco después, lo hicimos nosotros.

A la altura del polideportivo donde está la meta comienza la segunda vuelta y la subida de casi dos kilómetros. De repente, la chica de la A. D. Marathon casi se paró y ahí pudimos adelantarla. La animamos para que continuara y nosotros seguimos a nuestro ritmo, marcados muy de cerca por el individuo de camiseta roja.

Acabamos la gran cuesta, bajamos una bajada muy pronunciada y llegando al kilómetro trece empecé a notar una molestia en la zona de la derecha un poco por encima de la cintura. Era el temido flato, que empezaba a notarlo con desagrado. Pensé en aflojar el ritmo, pero no lo hice ya que no era demasiado doloroso, se podía aguantar.

Poco después llegamos a una de las zonas más ventosas. Aceleré un poco el ritmo para acoplarnos a un grupo delantero de cinco corredores. Me puse a la espalda del grupo, pero Joaquín no pensó lo mismo que yo y los adelantó sin despeinarse, así que duró poco mi alegría del resguardo y aceleré otro poco para no perderle. Miraba de reojillo y veía al tipo de la camiseta roja a nuestro lado, un poco atrás. Imposible dejarle.

Sobre el kilómetro 17 comenzaba una bajada interesante y me veía fuerte. Empecé a apretar para tratar de dejar a nuestro acompañante, pero no había manera; sin embargo esto hizo que esos dos kilómetros fueran los más rápidos, ya que los hicimos en 4:07 y 4:09. Cuando vi los tiempos me dio un subidón.

Esos kilómetros transcurrían por una zona fea al lado de un enorme aparcamiento, luego se pasaba por lo alto de un puente y posteriormente se daba un garbeo por el polígono industrial. En la primera vuelta había unos tipos con unos altavoces que escupían música de AC/DC a todo volumen. En esa primera vuelta aceleré sin querer al escuchar esta música celestial y confiaba que en esta segunda vuelta me volviera a suceder. Nada más lejos de la realidad, ahora se escuchaba una música de lo más comercial que no animaba lo más mínimo. Menos mal que no me hizo falta esta inyección de adrenalina porque me veía muy bien. Pensaba en Villaverde y lo mal que lo había pasado en los últimos kilómetros y ahora volaba. Iba genial… Pero el tipo de la camiseta roja no se descolgaba de ninguna manera.

Donde lo pasé peor fue sobre el kilómetro 18, por el polígono industrial. El terreno era ascendente y el aire soplaba de lo lindo en contra. Ahí tuve un momento de bajón, menos mal que el tramo no era muy largo y luego venía un terreno más favorable. En ese terreno dimos caza a la segunda clasificada, que marchaba como un tiro, aunque quizás algo cansada.

Poco antes del kilómetro viente se llegaba a una glorieta que está muy cerca de meta, vamos, que tirando recto parece que se llegaría a meta en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, hay que tirar hacia la izquierda para buscar completar la distancia. Afortunadamente, ya quedaba poco más de un kilómetro y lo único que había que hacer era darlo todo. Apretamos los dientes y al poco llegamos al polideportivo donde había que hacer unos trescientos metros por la pista.

Poco antes de entrar al polideportivo oímos a un tipo que decía a la segunda clasificada, que iba justo detrás de nosotros, algo así como: Vamos Claudia, vas a hacer 1h32 y sin entrenar. Toma ya, nosotros sufriendo como animales y la chica esta sin entrenar iba a llegar con nosotros sin despeinarse.

Una vez en el polideportivo apretamos todo lo que pudimos y aconsejé a Joaquín que se pegara al borde de la pista. Yo me puse en paralelo para que no nos adelantaran por dentro y si alguien nos quería sobrepasar, que lo hiciera por la calle dos. Faltando cien metros vi que el de la camiseta roja esprintaba para adelantarnos. Apremié a Joaquín para que lo diese todo y afortunadamente conseguimos llegar entrar antes que él. Vi que el cronómetro de meta marcaba 1h33 y algunos segundos. Luego en las clasificaciones vimos que el tiempo oficial fue de 1:33:12 aunque tiempo neto de 1:32:58 debido a que nos pusimos quizás algo atrás en la salida.

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Llegando a meta. Foto cortesía de la organización

Además de la camiseta conmemorativa que nos dieron antes de salir, nos obsequiaron con una mochila de cuerdas con dos botellas de agua, botella de bebida isotónica, un bote de bebida para deportistas, un zumo de naranja natural fresquito, un zumo de tetrabrik, una barra de cereales y una mandarina que, por cierto, estaba deliciosas. Todo por 12,6 € que incluía la inscripción y lo gastos de inscripción por hacerlo por internet.

Acabamos muy contentos porque cumplimos el objetivo y debido a la dureza de la carrera utilizar una técnica conservadora, saliendo algo más tranquilos, hizo que fuéramos adelantando gente durante toda la carrera. Lo cual nos supuso una motivación extra. Una muestra de esa carrera en progresión, de menos a más, se ven en los tiempos realizados en los distintos parciales. Hicimos el primer tercio de carrera (7 km) en 30:57, el segundo en 30:43 y el tercero en 29:34.