El don de la invisibilidad

Este año las salidas en bici se han convertido prácticamente en paseos por el carril bici que va a San Martín de la Vega y desayuno en el San Marcos.

Hoy nos hemos encontrado en la terraza del San Marcos, a la hora de desayunar, con Carlos, Carla y otros tres amigos suyos. Como había menos gente de lo habitual nos hemos sentado sin ningún problema alrededor de una mesa, esperando a que el camarero nos preguntase. Éste pasaba de acá para allá, pero no se dignaba preguntar. Después de un rato, como hacía algo de frío, hemos entrado dentro y nos hemos puesto pegados a la barra. De nuevo, la camarera se pasaba por delante de nosotros sin hacernos caso ninguno. Después de un buen rato, Carlos y su grupo se han largado hartos ya de esperar. Mi amiga y yo, como no llevábamos prisa nos hemos quedado allí esperando, pero no había manera. La camarera estaba enfrente de nosotros y hacía como que no nos veía. Este es el don de la invisibilidad, estar enfrente de alguien y que no te vea. Tiene su utilidad en algunos casos, pero en otros, es un mal asunto.

Así que también hemos puesto pies en polvorosa y nos hemos acercado a otra terraza de un bar llamado El rinconcito donde una señora nos atendió muy amablemente aunque no con demasiada diligencia. Tomamos nuestra barrita mientras el sol de otoño nos calentaba y al terminar, de vuelta para Madrid.

Esta vez, en vez de los 52 km habituales hemos hecho quinientos metros más por desplazarnos hasta el otro bar. Poca cosa.