Esto de entrenar se está convirtiendo en un infierno, ya que cada vez vamos más deprisa. Antes la primera vuelta era sagrada. Todos respetábamos ir juntos a un ritmo tranquilo. La segunda era a ritmo libre, cada uno como quisiese, normalmente siempre se formaban grupitos.
Últimamente ya no es así. Cuando no es uno, es otro el que se pone a tirar cuando no llevamos ni dos kilómetros. Ayer empezamos a 5:27 el primer kilómetro, a 5:13 el segundo y ya por debajo de cinco el resto. Así no hay quien pueda.
Ya que íbamos encendidos, al terminar la primera vuelta nos propusimos hacer la segunda a tope, para tratar de hacer esos 4,8 km en veinte minutos. Y bien en serio que nos lo tomamos, ya que ese primer kilómetro de la segunda vuelta lo hicimos en 4:03, aunque luego nos fuimos dejando más segundos por kilómetro.
Según iba pasando el tiempo y el ácido láctico se iba apoderando de nuestras piernas -al menos de las mías- iba pensado si merecía la pena pegarse esta paliza, pero me consolaba pensando que no era una excesiva distancia lo que había que recorrer y que cada vez iba quedando menos. Pero ahora me lo vuelvo a plantear, ¿merece la pena semejante paliza? Pues depende, a lo mejor no está mal de vez en cuando exigir al cuerpo un gran esfuerzo, lo que quizás haya que tener cuidado en no hacerlo con demasiada frecuencia, que las lesiones están siempre al acecho.
En total han sido 9,6 km en un tiempo de 43:22 @ 4:30 min/km, dando la primera vuelta en 23:09 @ 4:49 min/km y la segunda en 20:13 @ 4:13 min/km. Tela marinera.