XLVII Maratón de Madrid

En Sevilla 2020, poco antes de la pandemia, acabé mi 29º maratón y desde entonces estaba tratando de acabar el trigésimo para abandonar de una vez por todas esta distancia y pensé que la Maratón de Madrid de 2025 podía ser ese trigésimo. Lo pensé un poco tarde porque cuando fui a inscribirme, para hacerme un regalo de Reyes, tuve que soltar 102,42 € que me pareció una auténtica burrada.

El viernes por la mañana me pasé por IFEMA a recoger el dorsal. Tuve que recorrer unos cuantos kilómetros desde el aparcamiento al pabellón donde repartían los dorsales, ya que estaba todo muy mal indicado. Después de hacer unas cuantas colas recogí el dorsal, la camiseta, una bolsa para el ropero y no sé cuántos botes de no sé qué bebidas . Traté de hacerlo lo más rápido posible para irme de allí cuanto antes, ya que no me gustan nada estas «ferias del corredor». Eché de manos un atajo tipo Ikea para no tener que pasar por todos los stands, pero me los tuve que recorrer todos cargado como un burro con tanto bote de bebida porque cogí mi dorsal y el de mi amigo y tocayo que viendo lo que era esto, le dije que se lo recogía. Al final me arrepentí porque las bolsas pesaban lo suyo y hacía mucho calor. Salí renegando de allí.

En la recogida del dorsal, sonriendo sólo por la foto

El día de la carrera había puesto el despertador a las seis y veinte pero me desperté a eso de las cuatro. Menos mal que me pude dormir al poco. De nuevo me desperté a las cinco y también me conseguí dormir. Al final me desperté cuando se encendió el móvil cinco minutos antes de la alarma. Me levanté, desayuné como un día normal y luego empecé a preparar todo lo de la carrera, aunque ya lo había dejado casi todo en la mesa del salón. Había quedado con mi tocayo a las siete y cuarto en la puerta de mi casa para irnos al metro y cuando bajé ya estaba allí. Fuimos andando hacia el metro y poco antes de llegar a la boca de metro nos encontramos con la compañera que iba a venir con nosotros. Con ella y algunos acompañantes fuimos en metro hasta Alonso Martínez. En esa estación, después de subir unos cuantos tramos de escaleras salimos al exterior y bajamos por Génova hasta Colón y subiendo por la Castellana llegamos al punto de encuentro donde no vi a nadie de los antiguos compañeros maratidianos. Me empecé a mover por allí y al rato me encontré con mis antiguos compañeros con los que tantas carreras compartí. Los saludé y nos juntamos ellos y nosotros y nos hicimos una bonita foto.

Con los antiguos compañeros de MaraTI+D y los actuales compañeros del Club Atletismo Zofío

Después de la foto nos dispersamos, dejamos la ropa en el guardarropa y fui trotando con los compañeros hacia el cajón cinco. Entramos y nos pareció que estaba bastante vacío, pero no es que estuviera vacío es que estaba todo el mundo en la parte delantera del cajón porque luego tardamos lo suyo en pasar la línea de salida.

Dieron la salida de nuestro cajón a las 9:15 y tardamos tres minutos en pasar la línea de salida. Uno de los compañeros enseguida puso pies en polvorosa y nosotros salimos a un ritmo tranquilo sabiendo que el comienzo es cuesta arriba. Como siempre, el primer kilómetro se me hizo eterno. Había mucha gente a nuestro alrededor por eso cuando se estrechaba un poco la calzada se formaba un buen atasco que impedía seguir con el ritmo que llevábamos. Tampoco ayudó a que la cosa fuera más despejada que hubiese un carril para el autobús una vez sobrepasamos Plaza Castilla y a la vuelta hacia esta plaza. Iba pensando qué tipo de organización era esta que metía a los autobuses junto a los corredores. El tapón se aclaró un poco cuando comenzamos a bajar Bravo Murillo donde ya aumentamos un poco el ritmo, aunque mi tocayo nos decía que no nos emocionáramos mucho. Al llegar a Cuatro Caminos y bajar por Raimundo Fernández Villaverde se llega al puente sobre la Castellana donde también se estrecha el camino, pero se compensa con la cantidad de gente que hay animando. Al pasar este puente nos encontramos con el primer túnel. Otras veces hemos pasado por arriba, por la plaza de la República Argentina, pero esta vez nos metieron por el túnel, cosa que no me gusta por dos motivos: el primero porque en todos los túneles hay que subir una cuesta y segundo porque al GPS se le va un poco la pinza. La carrera sigue por Francisco Silvela hasta Manuel Becerra habiendo atravesado un par de túneles más. A eso tengo que añadir que a la altura de Diego de León se me desabrochó la zapatilla, lo cual me fastidió bastante porque había hecho doble nudo, debe ser que los cordones son muy suaves. Dije a mis compañeros que no me esperaran, que siguieran a su ritmo, que ya les alcanzaba, pero algo debieron aflojar porque enseguida los cogí.

Iba observando que había mucha gente con camiseta azul de la media y mucha gente que no llevaba esa camiseta y que también sería de la media y estaba deseando que llegáramos a Sol y que se fueran ellos por otro camino y nos dejaran tranquilos al resto. También me di cuenta que las tallas eran pequeñas, no sólo era a mí al que le pasaba, porque mucha gente iba embutida en su camiseta. Tengo camisetas tallas M de Adidas que me están grandes y la de este año me está pequeña. Incomprensible. En Manuel Becerra cogimos Doctor Esquerdo hasta O’Donell donde cogimos esa calle, por la que he pasado en coche multitud de veces, y nunca me había fijado que era cuesta arriba hasta que pasé hoy corriendo, pero bueno, tampoco es de una pendiente exagerada. Por O’Donell se llega al Retiro y se callejea un poco por el barrio de Salamanca para cruzar al otro lado de la Castellana por el puente de Rubén Darío. Cruzamos por el puente y un poco más delante, por el kilómetro 18, pasamos por la calle Carranza y allí estuve mirando por si veía a mi hermana como hace dos años, pero no la vi. Embocamos San Bernardo hasta Gran Vía y nos lanzamos por la calle Preciados hasta Sol. Allí se fueron los de la media y seguimos los demás. Pensaba que nos íbamos a quedar más solos, pero seguimos bastante gente el vía crucis, pero más holgados desde luego. Estábamos cerca del kilómetro veinte y los últimos se habían pasado casi sin querer. Llegamos al Palacio Real y poco después atravesamos la media maratón, pero como el GPS de mi reloj ya iba un poco desajustado no vi bien cuando pasamos la media, pero había calculado el día antes que teníamos que pasar en 1h48 y por ahí andaría la cosa. Cruzamos Plaza España, subimos Princesa, que tiene su tela, y bajamos por Marqués de Urquijo. Yo iba algo temeroso al llegar a ese punto porque la vez anterior fue allí donde había empezado a subirme los dolores que ya llevaba y que me hicieron retirarme un poco más allá, pero esta vez lo pasé sin problemas. Bajamos esa calle, el Paseo de Camoens y llegamos al Puente de los Franceses, todo cuesta abajo y allí se me fueron un poco, pero más por bajar yo el ritmo que porque ellos tiraran; sin embargo en la Avenida de Valladolid cambiaron las tornas porque allí fue mi tocayo el que se fue quedando y ya no levantó cabeza. Pasamos esa larga avenida de dos kilómetros, bajamos al Puente del Rey y allí estaba tenía un «club de fans» animando, lo que me dio mucha energía para afrontar el pulmón verde de la ciudad.

El tránsito por la Casa de Campo no fue bueno para mi tocayo que se iba quedando metro a metro. Subimos hasta casi el zoo y bajamos buscando el metro de Lago con esa imponente subida. Antes había ido unos kilómetros hablando con un argentino que dijo llamarse Matías, que tampoco iba muy fino del todo, pero algo mejor que mi compañero. Yo iba continuamente mirando hacia atrás porque en cuanto me descuidaba se quedaba el compañero que en ese tramo iba con la otra compañera; sin embargo ella poco a poco se fue marchando y yo decidí quedarme con mi tocayo. Después de haber hecho con él un montón de entrenamientos no le iba a dejar tirado. La subida a Marqués de Monistrol también es dura y también le tuve que esperar. Al coronar esa calle estaba de nuevo mi «club de fans» animando a tope. Tiramos por el Paseo de la Ermita del Santo hasta el Puente de San Isidro desde donde antes se divisaba el Vicente Calderón. Casi me dieron ganas de llorar al no ver tan bonito estadio.

Por Paseo de Melancólicos me preguntó el compañero si la compañera se había quedado atrás, pero le dije que no, que había tirado hacia delante como no podía ser de otra manera. Volvimos por Virgen del Puerto hasta la calle Segovia y antes de llegar ya iba diciendo el compañero que lo iba a subir andando porque ya estaban los gemelos protestando. Y eso fue lo que hicimos, subimos un tramo andando y nos pusimos de nuevo a correr al coronar, en Ronda Segovia. Curiosamente el Paseo Imperial, aunque es cuesta arriba no lo pasamos mal. Mi compañero iba pensando en su familia, que quizás estuvieran en Embajadores y eso le motivaba. Yendo por el Paseo de las Acacias se veía a lo lejos una ambulancia y me preguntó si eso era Embajadores y le dije que sí sin tener la certeza de que lo fuese, sólo para que no desfalleciera. Fue por allí cuando nos encontramos con otro compañero, que no había participado, pero que se había acercado para hacer los últimos kilómetros con nosotros. Nos dijo que la compañera había pasado no hacía mucho. Nos acompañó y no se le ocurrió otra cosa que echar agua encima de mi tocayo. Este se lo recriminó, pero dijo que había que bajar la temperatura del cuerpo, pero a mi tocayo, igual que a mí, no le gusta que le caiga agua en la camiseta. Se tuvo que parar porque el gemelo se le subía y estiró un poco. Enseguida llegamos a Atocha donde supuestamente estaba mi hermana y mi sobrino, pero no los vimos. Seguimos un poco más y a la altura del Museo del Prado nos encontramos con toda la familia del compañero. Nos paramos, estuvo saludando a todos e incluso posamos para una foto donde estaba toda su familia… y yo. Volvimos a arrancar, ya quedaba poco más de un kilómetro y de nuevo se paró Miguel por su gemelo. A este hombre los calambres le matan en la maratón. De nuevo le esperé, nos pusimos en marcha de nuevo y ya conseguimos llegar a la meta con un tiempo oficial de 3:54:26. Al traspasar la línea nos abrazamos los dos muy emocionados. Después de unas lagrimitas seguimos avanzando y nos encontramos con la compañera, más fresca que una lechuga. Más adelante estaba el otro compañero, el que salió a toda pastilla en el kilómetro cero, tirado en el suelo hecho un trapo, muy cansado, diciendo que había pegado un petardazo brutal. Cogimos nuestra medalla, luego un plátano y una bolsa con agua, isotónico y algún producto más de Alcampo.

Felices con nuestras medallas

Al final contento con el resultado aunque el tiempo no haya sido muy allá, pero llega un momento en la vida en que da igual hacer tres horas y media que cuatro, lo importante es disfrutar de correr y yo lo disfruté, aunque con la espinita de ver sufrir a mi compañero con sus calambres. En 1987 hice mi primera maratón y fue en Madrid y en 2025 he hecho mi trigésima maratón. La idea es que sea la última, ¿pero será realmente la última?