Tengo un amigo que vive en Düsseldorf y mucha veces me ha animado a participar en la media de Colonia, pero le he ido dando largas un año tras otro… hasta éste. Y ahora me arrepiento de haber esperado tanto porque mi amigo ya no puede correr por problemas en sus rodillas, aunque su hijo ha cogido su relevo. Además no he podido elegir peor año porque la lesiones me han fastidiado la preparación y la misma carrera.
Si no tenía suficiente con la fascitis del pie derecho, en estas últimas semanas empecé con dolores en el dedo gordo del otro pie, que me hacía ver las estrellas cada vez que lo plantaba, así que la cosa no pintaba bien, pero como ya tenía pagada la inscripción, el vuelo y el apartamento no podía dejar de acercarme a esta ciudad corriese o no corriese. Volamos a Colonia el miércoles y estuvimos haciendo turismo por esta ciudad y por Bonn, antigua capital del gobierno federal, que está bastante cerca. Ambas ciudades muy interesantes de ver.
En vista de que no andaba muy fino decidí no correr nada esta semana hasta el día D para ver si mejoraba de mis dolencias, pero no sirvió de mucho porque en cuanto di los primeros pasos ya iba dolorido, pero pensé que podría aguantar el dolor durante 21 kilómetros, ¡eso no es nada!
Dormí mal la noche del sábado al domingo y cuando sonó el despertador a las seis de la mañana tenía bastante sueño, pero me levanté como pude, desayuné, me disfracé de corredor, metí en la mochila toda la ropa y salimos a la calle a coger el tranvía en la estación de Gutenbergstraße. Llegamos poco después de que saliera uno y nos tocó esperar veinte minutos al siguiente.
Habíamos quedado al otro lado del Rin a las ocho en punto de la mañana y llegamos por los pelos. Tuvimos suerte de encontrarnos con el amigo con el que había quedado porque había mucha gente por los alrededores de la salida y la cosa no era fácil, nos dio tiempo incluso a hacernos una bonita foto antes de salir.
Como se puede ver en la imagen, teníamos cada uno el dorsal de un color ya que nos habían colocado en distintos cajones. A mí me tocó el rojo, el primer cajón y cuando estaba buscando la puerta para entrar en mi cajón vi que varios alemanes se saltaban la valla del cajón como cualquier hijo de vecino. En ese momento se me cayó el primer mito respecto a los alemanes, ya que nunca hubiese esperado que esta gente tan recta y tan seria se saltase una valla. Resultaba curioso estar en el primer cajón y ver dorsales de colores variopintos.
Estaba esperando en el cajón mientras el speaker lanzaba sus arengas en perfecto alemán y debía decir cosas interesantes, pero a mí me parecía que estaba hablando en chino ya que no entendía ni jota. Luego me contó mi amigo que los alemanes cuando no entienden nada dicen que parece que me están hablando en español.
Dieron el pistoletazo de salida y salí lanzado, dejándome llevar por los otros corredores y por el terreno que era cuesta abajo, una de las pocas cuestas abajo que había en todo el recorrido. Esa cuesta abajo enseguida se convierte en cuesta arriba para atravesar el Rin por el puente Deutzer y cuando llegué al primer kilómetro miré el cronómetro y vi 4:38 lo que me pareció demasiado rápido para lo que había entrenado. Traté de aflojar, pero como había salido en el primer cajón la gente me llevaba casi sin querer. Miré el cronómetro en el segundo kilómetro y vi que marcaba 4:45 y volví a pensar que iba demasiado rápido, que debía aflojar un pelín y marchar a un ritmo de 4:50 que era lo que tenía en la cabeza. Pues nada, el tercer kilómetro lo hice más rápido aún que los dos primeros y decidí no volver a mirar el reloj, pero sí tratar de llevar un ritmo algo más conservador.
Cuando iba por el kilómetro cinco y pico me crucé con el primer clasificado de la carrera que iría por el ocho y ya marchaba claramente destacado de sus perseguidores. En esos momentos iba por un tramo debajo de un puente donde había su correspondiente bajadita y su pequeña subida, pero todo lo demás había sido muy llano y así lo siguió siendo hasta que volví a pasar por esa misma calle en sentido contrario.
Sobre el kilómetro trece había una animación tremenda porque por esa zona coincidía los que iban con lo que venían, cada unos por una parte de la calle, obviamente. Mientras que los que íbamos por el trece nos quedaba aún más de un tercio de carrera, los que venían de vuelta ya estaban casi en el diecinueve y estaban a punto de terminar. En esa zona el sonido era atronador y es que me di cuenta que los alemanes son más de hacer ruido que de animar de viva voz. Pude ver todo tipo de chismes ruidosos como carracas, cascabeles, panderetas, cencerros y alguna que otra batukada. No sé si clasificar también como «chisme ruidoso» un buen señor que se había bajado su órgano -el musical- a la calle y con ayuda de un micrófono y unos amplificadores estaba amenizando a los corredores y a los vecinos.
Pasado ese tramo vi que las piernas no iban tan ligeras como me hubiera gustado y las plantas de los pies también empezaban a molestarme lo suyo, aparte de la fascitis y el dolor del dedo gordo, que también me estaban martirizando.
En el kilómetro dieciséis pensé aquello de «ya sólo queda una vuelta al parque» pero vi que las piernas ya iban muy cansadas y que me costaba mantener el ritmo que había llevado en anteriores kilómetros. Un kilómetro después miré el cronómetro al que tenía olvidado casi desde el principio y vi que había hecho ese kilómetro casi a cinco minutos. Me pregunté si sería capaz de mantener ese ritmo hasta el final y me respondí a mí mismo que me iba a costar porque me notaba muy cansado.
Sobre el kilómetro diecinueve recibí los ánimos de mi amigo Juan Ignacio y traté de echar el resto ya que me encontraba muy cerca de meta, pero al poco me vino el bajón cuando entré en la zona adoquinada y los pies me dolían a lo bestia, de tal modo que si todos los anteriores kilómetros los había hecho por debajo de cinco, el penúltimo kilómetro que se me fue a 5:33 debido al dolor de pies y el cansancio.
La presencia imponente de la catedral de Colonia me infundió ánimos para llegar a la alfombra roja y acelerar un poco el ritmo con el que completar esos últimos 150 metros. Llegué a meta con un tiempo oficial de 1:42:06 contento porque en estos meses tuve muchos momentos de duda de que pudiese participar en esta carrera.
Estuve esperando a que entrase mi amiga, que había salido en el segundo cajón y después de esperar un rato llegó ella con un tiempo de 1:50:14 también muy contenta y también con los pies muy doloridos. Debe ser que el asfalto de Colonia está más duro que el de Madrid o que las zapatillas no eran las más adecuadas.
Había mucha humedad en Colonia por lo que sudé como una bestia. A eso sumado que en los puestos de avituallamiento no pude beber mucho porque daban vasos en vez de botellas, en la línea de meta estaba sediento y cuando llegamos a los puestos bebí todo lo que pillé: Coca Cola, zumo de manzana, agua con gas, cerveza sin alcohol, cerveza normal, tetrabrik de agua de coco y alguna cosa rara que no conseguí identificar. De comer también me puse fino porque había comida para dar de comer a todo el país y parte del extranjero. Que recuerde me metí para el cuerpo: frutos secos, una especie de morcilla con un trozo de pan, una especie buñuelo dulce, un trozo de pan similar a los típicos bretzels, barritas de cereales, tomate y probablemente alguna cosa más. Había muchas cosas más que no probé porque empecé a pensar que lo iba a acabar echando de tanta mezcla de comidas y bebidas. Desde luego en esto sí que fueron generosos los alemanes porque la camiseta tendrás que comprarla, pero si quieres reventar a comida, lo puedes hacer por los 60 € que me costó la inscripción.
Después de llenar el estómago recogí la mochila en un tiempo récord, ya que lo tenían perfectamente organizado y me dirigí a los camiones donde estaban instaladas las duchas. Fuera del camión, aprovechando que no hacía mal tiempo, dejé todos mis bártulos, me desnudé, me puse las chanclas, cogí la toalla y el bote de gel y me metí en el camión y la verdad es que aluciné. Dentro de camión habría unas veinte duchas todas en perfecto estado de revista con sus dos alcachofas y un grifo termostático que dejaba salir el agua a una temperatura y presión ideales. Fue un momento gozoso después de las penurias sufridas durante 21 kilómetros. Tan bien estaba que alargué un rato el tiempo de estar bajo el chorro porque en esos momentos estaba en la gloria sintiendo el chorro de agua sobre mi cocorota.
Para terminar, diré que la cerveza típica de Colonia es la cerveza tipo Kölsch, que probé abundantemente y me pareció bastante rica; sin embargo, como los de Colonia y los de Düsseldorf andan algo picados, los de Düsseldorf dicen que la cerveza Kölsch se hace dando de beber a un caballo la cerveza de su tierra y embotellando su meada. Tengo la sensación de que los de Colonia opinan lo mismo de la Altbier que es la cerveza de los de al lado.