LVI Trofeo Marathon de cross

Llevaba unos años sin participar en esta prueba y tenía ganas de volver a hacerlo. Es una carrera que siempre me ha gustado porque es algo diferente a las pruebas de asfalto donde suelo participar sin llegar a ser un cross para especialistas, sólo un poco de barro y algún que otro corto repecho.

Hoy hacía frío en Madrid aunque la mañana fuese soleada. Corría un airecillo serrano que enfriaba hasta las ideas. Tampoco pasa nada, es lo típico de estas fechas y siendo además un cross, es casi obligatorio que así sea. De todas formas, si hubiese llovido mucho el fin de semana, quizás no hubiese participado, ya que no tengo zapatillas de clavos y si el terreno está resbaladizo es incluso complicado mantener el equilibrio; sin embargo, aunque llovió un poco los días anteriores, el terreno estaba practicable. Algún charco, un poco de barro y en muchas zonas el terreno duro de tan helado como estaba

Salimos trotando de casa ya que el Parque de las Cruces se encuentra a poco más de tres kilómetros y llegamos con bastante tiempo para recoger el dorsal con tranquilidad, encontrarnos con los compañeros, hacernos una foto todos juntos, calentar un poco y dejar la ropa en el guardarropa.

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Con los compañeros maratidianos

Dieron la salida en unos pasillos como en los crosses «de verdad», no obstante, se celebraba después el campeonato de Madrid individual y por clubes. Así que uno parecía importante en esos corralillos. Nada más escuchar la orden de salida se puso en marcha el pelotón de unos trescientos corredores donde los más dispuestos salieron esprintando para llegar al primer estrechamiento bien situados. Yo me lo tomé con más calma, pero a buen ritmo.

La última vez que había corrido aquí fue en 2012 y entonces la prueba era algo más corta, unos cuatrocientos metros menos. En estas últimas ediciones habían añadido una pequeña vuelta al comienzo donde había un repecho para ir calentando las piernas. Después de esa primera vueltecilla adicional y habiendo subido y bajado ese primer repecho, en una recta larga vi que había muchísima gente delante de mí. Y es que en esto de los crosses hay bastante nivel comparado con las pruebas de asfalto.

Chema, uno de los compañeros que se animó a correr, me comentó antes de empezar que trataría de seguir mis pasos y así fue porque sobre el kilómetro dos en la zona de curvas y contracurvas escuché su respiración justo detrás de mí y poco después se puso por delante. Eso me espoleó y volví a adelantarle a los pocos metros, pero él no perdía mi estela; sin embargo, poco después llegamos a una zona donde parecía que se habían dejado la puerta abierta, porque el aire era bestial. Tanto, que mi gorra salió volando al mismo tiempo que la pegatina del guardarropa de Chema. Pensé si parar o no a por la gorra, pero seguí adelante con la idea de recoger la prenda cuando acabase la carrera. Chema debió tener un dilema semejante porque en ese momento dejé de sentirle cerca.

Alguna revuelta más, otro repecho y ya se encara la recta de meta, para afrontar la segunda vuelta. Ahí vi que las piernas ya no iban tan frescas, pero tampoco quedaba mucho para completar esos cinco kilómetros y medio de los que constaba la prueba. El terreno era descendente nada más empezar la vuelta, así que aproveché para ir lo más deprisa que pude en ese tramo. Justo entonces me adelantaron dos individuos a toda pastilla. Me entró la duda de si había perdido fuelle o es que esos dos se habían tomado con tranquilidad esa primera vuelta y apretaban en la segunda. Debió ser esto porque no volvió a adelantarme nadie más y ellos se alejaban como almas que lleva el diablo, además pude adelantar a cuatro o cinco corredores en esta segunda vuelta.

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A tope por el circuito después de perder la gorra

Sufriendo a tope, rozando los árboles con el hombro en las curvas y echando los pulmones en los repechos, fueron pasando los kilómetros y llegué a la recta de meta con un corredor pegado a mi chepa tratando de ganarme al sprint, cosa que no estaba dispuesto a permitir. Eché mano de mis piernas de velocista y me puse a tope para impedir que me superase. Y así fue, conseguí llegar antes que él llevándome la sorpresa de que no existía reloj en línea de meta, por lo que me quedé con la duda del tiempo que había realizado ya que no llevaba cronómetro. Estando en la cola para dejar el dorsal pregunté al que había llegado justo después de que mí qué tiempo había hecho. Su cronómetro marcaba 23:02, por lo que calculo que mi tiempo andaría cercano a 23:00 ó 23:01. Sorprendentemente, en las clasificaciones facilitadas por la organización sólo aparece el tiempo de los primeros.

Después de la carrera nos dieron una bolsa bastante completa que incluía una camiseta de las que les sobran de otras carreras, una pera, una botella de Aquarius, una cajita con bolígrafo y portaminas, unos apósitos Compeed, una ensalada y alguna cosa más que ya no recuerdo. Muy interesante para los tres euros que costaba la inscripción. Una vez más, los de la Agrupación Deportiva Marathon organizaron la prueba brillantemente.

Una vez recogida la bolsa del guardarropa, me dispuse a buscar la gorra perdida. Y tuve suerte porque pude encontrarla. En esos momentos se estaba celebrando la prueba de juveniles y juniors femenina y me encontré, cerca de la gorra, un espectáculo lamentable: un padre estaba echando una bronca de consideración a su hija que acababa de retirarse de la carrera. Sentí pena por la chica porque la charla era realmente dura.