Ante todo decir que tuve una suerte increíble durante toda la prueba, esto hizo que se me hiciera más llevadera. No me ha resultado tan dura como pensaba, aunque he sufrido mucho por las ampollas.
Después de recoger el dorsal, impaciente por salir
Salí con Ángel, un compañero de equipo que había acabado todas las ediciones de los 100, con la idea de hacer toda la prueba con él, ya que para un novato como yo era todo un aliciente correr con un superveterano como él. Con el intenso calor que hacía salimos muy despacio y eso me ayudó a conservar unas fuerzas que me fueron muy útiles para el resto de la prueba. Sin embargo, Ángel no debía encontrarse bien porque continuamente me pedía que me fuese solo, cosa que al final hice sobre el km 15 ó 16. Estoy realmente arrepentido porque quizás con mi ayuda podía Ángel haber terminado, una vez más, la prueba.
El caso es que después de dejar a Ángel más sólo que una colilla y aprovechando que después del avituallamiento del 18,5 era cuesta abajo, empecé a trotar en las zonas más favorables e iba adelantando a bastante gente. Tenía previsto llegar sobre las seis de la tarde a Colmenar y llegué un poco antes, sobre las seis menos veinte. En el polideportivo me paré el tiempo suficiente para comer lo que tenía previsto: bollo y plátano y me cambié de calcetines después de aplicarme vaselina. En ese momento me di cuenta de que las ampollas me iban a fastidiar durante la prueba, porque ya notaba algo en la planta de los pies.
A la salida de Colmenar me encontré a una chica que avanzaba muy rápidamente sobre unos bastones, estuvimos hablando un rato, pero en las cuestas abajo me ponía a trotar y pronto me quedé solo. En ese trayecto hacia Tres Cantos pude adelantar a un hombre que iba todo de blanco: pantalones largos, camiseta de manga larga y gorra. Parecía que iba en pijama, pero andaba a un ritmo realmente demoledor. Sabía que aunque pudiera adelantarle a mi trote cochinero, él me iba a adelantar cuando empezasen las cuestas, como así fue. El tramo entre el avituallamiento del km 39 (demasiado cerca de la salida de Colmenar) y el avituallamiento del 45,7 se me hizo realmente largo sobre todo debido a la terrible cuesta arriba junto a la tapia de El Pardo. Me sorprendió que después de Colmenar ya no hubiese las manadas de corredores que salieron a mediodía. Después me enteré que en Colmenar se habían retirado casi 700 corredores.
Poco después me adelantó la chica de los bastones y me pareció increíble que sólo andando pudiera darme alcance. Luego me confesó que había ido también corriendo un buen tramo. Poco antes del km 49 había que vadear un arroyo que este año apenas llevaba agua, por lo que fue más sencillo pasar al otro lado. Para llegar al polideportivo de Tres Cantos había que atravesar una pasarela peatonal sobre a Ctra. de Colmenar y recorrer una larga calle. Cruzando la pasarela alcancé de nuevo a la de bastones y, aunque en ese momento no lo sabía, iba a estar con ella casi la mitad de la prueba. Al cruzar la pasarela, el termómetro marcaba 33º, mucha temperatura para la hora en la que estábamos. Al polideportivo de Tres Cantos llegué casi con nueve horas de carrera. Allí me puse a comer y a coserme las tres ampollas que tenía en ese momento. Aproveché para cambiarme de zapatillas pensando que peor no me podía ir. Craso error.
Salí de polideportivo casi sin poder plantar los pies, como si fuese el mismo Chiquito de la Calzada. Casualidades de la vida, me encontré de nuevo con la de los bastones nada más salir de Tres Cantos, además de un grupo de unas cinco personas que hicimos ese tramo, hasta San Sebastián, todos juntos. Al poco de empezar la marcha cayó la noche y empezamos a caminar con la luz de los frontales. Era una experiencia nueva para mí caminar con el frontal en plena noche. En este tramo empezó a llover y bien que lo agradecimos, harto como estábamos de tanto calor. El grupo fue creciendo hasta llegar a ser de diez personas. En el avituallamiento del km 67 nos comentó el hombre que allí estaba que no habían pasado por ese punto más de 80 personas. Me pareció increíble que de los 1200 que éramos de la partida fuese en posiciones tan avanzadas. Sobre el km 70 nos adelantaron corriendo un trío. Me pareció alucinante que alguien pudiera en ese punto tener energía para ir trotando y habilidad para no tropezarse, más teniendo en cuenta que era una noche muy oscura.
En el km 74, poco antes de la una de la noche, llegamos al polideportivo de San Sebastián, que estaba en obras. Polideportivo por llamarlo de alguna manera, pues sólo eran varias casetas prefabricadas. Allí me puse a comer mi bollo y mi plátano y anduve buscando al fisio para que me diese algo de vaselina porque me rozaban los muslos. No fui capaz de encontrar al fisio ni al bote de vaselina, desgraciadamente para mí. Los pies no quise ni mirarlos de lo que me dolían. Pude observar que casi todo el grupo con el que había venido hasta allí había optado por darse una ducha, por lo que aproveché que salían tres individuos vestidos de azul para unirme a su grupo.
El camino hasta Tres Cantos estaba muy bien arreglado, con el piso muy firme, por lo que el trío de azules me animó a ponerme a correr. Yo pensaba que estaban locos, pero lo intenté. Y el caso es que pude ponerme a trotar y era capaz de seguirlos. Aunque en las cuestas arriba volvíamos a caminar, el resto del camino lo hicimos trotando. Me resultó muy placentero correr por la noche ya que, como decía uno del grupo azul, correr de día es lo normal, pero por la noche es algo que no se hace todos los días.
A los pocos kilómetros adelanté de nuevo a la chica de los bastones que había salido antes que nosotros y seguía a buena marcha con su impecable técnica de caminata nórdica. Según me comentó, con los bastones las rodillas sufren menos que andando normal y el impulso es más eficaz. Sin embargo, los bastones son algo incómodos si tratas de correr porque son más una molestia que otra cosa.
Seguíamos alternando el trote con la caminata hasta que llegamos a la ciudad de Tres Cantos, donde la entrada es un auténtico laberinto, ya que hay que cruzar la Ctra. de Colmenar una vez en un sentido y luego en otro. Este último cruce se hace por la pasarela que ya se pasó en el km 51. Pasamos sobre las tres de la mañana y el termómetro marcaba 24º, que no está nada mal. Llegué al polideportivo (km 88) sobre las 3h20 y la señora que sellaba el rutómetro nos comentó que sólo habían pasado por allí 50 personas. No me lo podía ni creer. Así que me dispuse a comer mi media ensalada de macarrones y el plátano y el bollo de rigor más contento que unas castañuelas. Aproveché para ir explotando las nuevas ampollas que me habían salido. Me dolía, sobre todo, una ampolla nueva que me hice en el pie derecho de un diámetro aproximado de dos centímetros. Esta vez ya no tenía ganas ni de «coserme» las ampollas, por lo que cogí la mochila que había dejado allí, me la puse a la espalda y salí decidido a afrontar el último tramo de la prueba.
Salí con la idea de tomarme este último tramo más tranquilo, ya que estaba algo harto de ir todo el día a paso cuartelero y cuando no, trotando. Al pasar de nuevo por la pasarela, el termómetro marcaba 23º y eran las cuatro de la mañana. En contra de mis planes, de nuevo la chica de los bastones coincidió conmigo en la salida del poli y ella no estaba dispuesta a aminorar la marcha, por lo que hice los cuatro primeros kilómetros más deprisa de lo que había pensado, pero en el avituallamiento del km 92 seguí con mi plan inicial de tomármelo más tranquilo y me quedé solo. Estos últimos ocho kilómetros han sido los únicos donde he ido solo durante toda la carrera. Me adelantaron los tres azules y no tuve ganas de seguirlos, prefería ir a mi bola. Alfonso, uno de ellos, me había advertido, igual que antes Angel, que poco antes del final había una enorme trampa, la cuesta del cementerio.
En el km 96 cuando se deja de vadear el arroyo una y otra vez, se encuentra el último avituallamiento. A partir de ahí es todo una sucesión de cuestas, alguna más difícil que otra. Cada una que subía pensaba ¿será esta la del cementerio? Pero no me parecían suficientemente duras… hasta que llegó un momento, ya cercanas las luces de Colmenar, en que el camino de tierra se torna asfalto y la carretera se empina de forma inverosímil. Afortunadamente, había dejado algo de energías para ese momento y lo subí bastante bien, creo. En plena subida me adelantó un corredor y me comentó que si apretaba un poco podía llegar antes de las seis de la mañana. Pero en la cuesta poco podía apretar. Sin embargo, cuando coroné pude ver el polideportivo Lorenzo Rico donde estaba instalada la meta. Así que me olvidé de cansancio, de ampollas y demás cosas accesorias y me puse a correr -ahora sí corría, no trotaba- hacia la meta, donde llegué tres minutos antes de las seis de la mañana, haciendo un tiempo de 17h57, un poco alejado de mi tiempo previsto de 16h45, pero enormemente feliz después del día tan duro que habíamos pasado y de algunos problemas físicos que tuve en esta última semana.
Diploma de los 100 km en 24 h
Ya en el polideportivo, me duché, me puse rompa limpia y me tiré sobre una colchoneta con la idea de dormir hasta por lo menos las diez. No pudo ser, a las ocho y media me desperté y no fui capaz de volver a dormirme. Fui al puesto donde estaban las enfermeras y trataron de arreglarme un poco las ampollas, pero no sirvió de mucho, me seguían doliendo como condenadas. Eso sí, me aconsejaron que metiera los pies en agua con sal y vinagre, cosa que estoy haciendo en estos momentos, mientras escribo estas líneas.
Desde aquí quiero dar las gracias a varias personas que ha hecho que haya podido llegar a la meta. En primer lugar a Ángel por haberme metido el gusanillo de esta prueba y por sus sabios consejos. También el amigo Luis que me ha ayudado mucho con su enorme conocimiento de técnicas de entrenamiento y alimentación e hidratación. Tampoco quiero olvidar a Belén, la «chica de los bastones» y al trío azul, compuesto por Alfonso, Javi y Pedro que me ayudaron en los últimos tramos de la prueba.