Llevaba ya casi dos semanas sin correr ni un metro entre unas cosas y otras y hoy me levanté con ganas de recuperar el tiempo perdido. Quizás sorprendido porque la báscula marcara algo menos de setenta (69,6 kg) o quizás animado por el calor (esto lo digo en broma, claro) decidí hacer doce kilómetros, así como quien no quiere la cosa, como si estar dos semanas parado no fuese una rémora. Pero con un poco de chulería pensé, ¿para qué ir despacio pudiendo ir deprisa?
Así que empecé ya a buen ritmo y veía que podía ir un poco por debajo de cinco con cierta facilidad. Bueno, facilidad al principio porque la cosa se iba poniendo más difícil según iban pasando los kilómetros. Cuando pasado el kilómetro seis, giré para volver a casa, el viento daba frontal y mantener el ritmo que me había propuesto me costaba lo suyo.
Los veinticinco grados, la falta de entrenamiento y la inconsciencia hicieron que cada kilómetro me costara aún más que el anterior. Me costaba de lo lindo mantener el ritmo que había llevado en la primera mitad. No hacía más que mirar el reloj para ver cuando llegaba el siguiente kilómetro y si el ritmo se mantenía. Sí, ya sé que resulta absurdo mirar el reloj cuando sabes perfectamente el recorrido que te queda para terminar, pero eso hacía cada dos por tres.
Casi a la salida del parque hay un grifo. Ahí paré para beber y para descansar un poco. Además a partir de ese punto es casi todo para arriba, así que ya tenía la excusa para bajar el ritmo. Y eso fue lo que hice, después de ir por debajo de cinco, los tres últimos a 5:27, 5:15 y 5:27. Perfecto para no morir en el intento.
De esta forma, completé 12 km en un tiempo de 1:00:21 a un ritmo de 5:01 min/km. Un entrenamiento muy exigente después de haber estado parado tantos días. Hay que tomárselo con más calma cuando se vuelve de un periodo de inactividad.